Como seres humanos conscientes nos hemos preguntado alguna vez quién, qué o cómo se creó toda esta maravilla que nos rodea: el universo, nuestro planeta, la naturaleza, el cuerpo humano, etc. Pero más allá de sentir esta fascinación tenemos un deber como seres inteligentes, capaces de cuestionarnos a nosotros mismos, y es confrontar esas creencias que desde niños nos han inculcado sobre un posible creador. Nuestros patrones de conducta y nuestro carácter han sido moldeados por todas las enseñanzas que recibimos desde nuestro nacimiento, y son el producto de las creencias transmitidas de generación en generación. Pero nuestra verdadera esencia, aquella que subyace en nuestro interior, a veces se revela y pide explicaciones. Acatar a ese llamado es el deber al que hago referencia para así honrar nuestro intelecto. Es en ese momento, cuando llegan a nuestra mente las grandes incógnitas sobre nuestro origen, que debemos preguntarnos: ¿Soy capaz de dar una explicación propia y razonada sin el condicionamiento de la religión con la que crecí?
Pues bien, ¿Quién creó al creador? Esta es una pregunta que dependiendo de la perspectiva como se enfoque admite dos respuestas diferentes, la primera es conocida y la segunda es incognoscible. Desde el punto de vista deísta es fácil conseguir una solución que concentre en una sola palabra la explicación para los hechos desconocidos. Cuando se plantean interrogantes como: ¿quién fue el creador del cielo y de la tierra? ¿a quién se le atribuye el origen del hombre? o ¿quién creó la inteligencia humana? la respuesta llega de súbito y sin el mayor análisis racional: Dios. Esa forma de inteligencia suprema es la explicación básica para la mayoría de los seres humanos y su escudo para darle un sentido divino al origen de la vida. A su vez, los agnósticos mantenemos que su existencia no se puede conocer, mientras que los ateos la niegan.
Desde los inicios de la humanidad se le han atribuido poderes sobrenaturales a: El Sol, la Luna, el Fuego, pasando luego a los seres mitológicos de las civilizaciones politeístas (mesopotámica, persa, egipcia, grecorromana, hindú, china, entre las más conocidas) hasta llegar a las creencias monoteístas con voceros de la Palabra Divina, como Mahoma (Profeta de Alá para los musulmanes) y Jesús (autoproclamado Hijo de Dios y del Hombre), los cuales fueron precedidos por Aton o el Dios-Sol en el Antiguo Egipto, deidad monoteísta que abrió el camino a las religiones musulmana y cristiana. Absolutamente todas esas deidades han sido inventadas por el mismo hombre para darle una explicación a los misterios de los cuales no tenía respuesta, así como para satisfacer su necesidad de creer en algo superior apoyándose en ello con la fe, y así consolarse con la idea de que seguiría existiendo después de la muerte física (ver el artículo "La Existencia de Dios" de este blog).
Lamentablemente las diversas religiones del mundo han utilizado esa necesidad humana para alienar e ideologizar haciendo uso de esa supuesta “Verdad” que cada una de ellas dice poseer, lo cual a mi juicio es una evidente manipulación al condicionar la fe de las personas sugiriendo que la “Palabra de Dios” y su “Voluntad” están intrínsecas en cada uno de sus dogmas, y quienes no compartan su ‘Verdad’ vivirán en la oscuridad o serán condenados por falta de espiritualidad ¿Acaso es necesario profesar alguna religión para el desarrollo espiritual? Todas estas intolerantes posiciones y juicios de valor provenientes de los creyentes más fanáticos sólo pueden desencadenar odio y miedo, lo cual conlleva a enfrentamientos entre humanos solamente por pensar diferente. Lo cierto es que, independientemente a la religión o credo que se practique, ese creador (o dios) ha sido creado filosóficamente por el hombre, ya que sólo está en su imaginación y manera de pensar. Por su parte, las religiones no son más que congregaciones de individuos con iguales creencias sobre un creador creado por ellos mismos puesto que ninguno tiene evidencia racional ni científica del mismo.
Ahora bien, suponiendo que ese dios realmente existiera y sea el creador del mundo tal cual lo conocemos, cabe la pregunta: ¿y quién creó a ese creador? o en otras palabras ¿quién o qué le dio origen a esa luz creadora? No se debería tomar tan a la ligera que un ser dotado con esas facultades tan extremas, capaz de intervenir en el destino de las personas y con una inteligencia inimaginable pueda haberse formado de la nada o por generación espontánea, de ser así podrían existir otros seres similares a esa entidad superior ya que las condiciones en el universo estuvieron dadas para más de una formación de esa especie. Sin embargo, los creyentes sostienen que es el único creador, el principio y el fin, que antes de él nada existía, el alfa y el omega, el infinito, etc. Pero esa posición es demasiado inocente y simplista dadas las dimensiones del poder que se le confiere.
Entonces, no es descabellado pensar que el dios creador pudo originarse de otro creador, y éste a su vez de otro, y así sucesivamente hasta divagar en el infinito de la ascendencia. De hecho este es un basamento ateísta y que Christopher Hitchens hizo popular en sus famosos debates. Tiene lógica pensar que el “Dios Todopoderoso creador del cielo y de la tierra” pudo ser concebido por una inteligencia inmensamente superior a la de él o por otra similar, pero esa es una ligereza que los creyentes no se atreven a considerar ya que echaría por tierra toda la teoría creacionista y ocasionaría una gran incongruencia con los preceptos bíblicos del catolicismo.
Es importante recordar que nadie, absolutamente nadie, es poseedor de “La Verdad” sobre la creación humana o sobre la existencia de un creador, o de un creador de éste. Lo que sí es cierto es que todos somos libres de formarnos una idea propia, la cual sería más auténtica si no se limita sólo a creencias inculcadas.
Finalmente les comparto mi última reflexión sobre este tema, concluyendo que mientras más nos adentramos en los rincones de lo desconocido más nos acercamos a descubrir que el misterio esta lleno de infinitas posibilidades.
Aparta tus creencias, busca información de distintas fuentes, analiza todas las posibilidades y haz una profunda reflexión. Si haciéndolo decides seguir creyendo, o no, en la existencia de un dios, pues bien! Al menos habrás realizado tu parte como ser pensante, consciente, dotado de inteligencia y con libertad para inquirir. Pero si concluyes con toda honestidad que su existencia no se puede conocer habrás demostrado que nuestra capacidad de entendimiento humano no es suficiente para resolver el misterio de la creación más allá de las evidencias físicas y los hechos inexplicables, lo cual enaltece el mayor de los valores: la humildad.
Escrito por: Rafael Baralt