Ay
Santo Padre, Santo Padre, ¡cuántas metidas de pata llevamos hasta ahora! Las
mías, como las suyas, vienen por hablar de más, pero al menos tengo la excusa
de no ser infalible ni tampoco un teólogo eminente, como usted. Tampoco he
presidido, como en su caso, la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe , conocida en sus tiempos más
ardientes como el Santo Oficio de la Inquisición , ni sus cardenales me tomarán en
cuenta como candidato para encabezar después de usted a la exitosa
transnacional conocida como Santa Iglesia Católica, que tiene a un 38% de la
población mundial convertido en creyentes bautizados (aunque no todos sean practicantes)
y más de 6.000 obispos que viven a todo lujo. El motivo que me dan para
descartarme como su sucesor es que soy agnóstico y no cura. Sólo por ese
pequeño detalle no soy papabile. Esto
no es justo. Por ser honesto, sincero y objetivo con mis creencias, se me está
privando de la oportunidad de contribuir a un mundo ideal como el que describió
Lennon en su canción Imagine, sin
fronteras ni religiones. Le aseguro que mis metidas de papa, perdón, de pata,
Santo Padre, acabarían destruyendo a la iglesia católica más rápido que las
suyas. Pero en el fondo creo que me hubiese dejado quemar antes que aceptar
sustituirlo en su cargo, aunque la papa me encanta y el arte del Vaticano
también. No me quedan bien las sotanas ni el poder. Por si las moscas, ya la CEP (Curia Electora de Papas) está
hablando del cardenal hondureño Oscar Rodríguez como reemplazo suyo, así que
cuidado con ese, que no es tan bueno como yo, y que sólo me supera en que no le
importa vestirse de rojo, según la moda que ha venido uniformando a la mitad de
mi país. Afortunadamente para usted, cada vez que mete la pata le salen
defensores corriendo como bomberos para apagar un fuego que no debió prenderse
(nostalgia por las hogueras inquisitoriales, supongo) y gritando: es que el Papa no quiso decir… mientras
a mí más de uno me dejará aplastado como tapita de refresco en la calle cuando
lea este post. Nada que hacer, reconozco el masoquismo como parte de mi mala
costumbre de decir siempre lo que pienso.
Querido Ratzinger, mientras usted salta salpicando de un pantano a
otro, la iglesia está en peligro: el poder del elitesco Opus Dei tan favorecido
por Wojtyla sigue siendo enorme; usted desprecia las corrientes populares como la Teología de la Liberación , que frenó
hace 25 años, pero éstas siguen creciendo junto con distintas sectas
interesadas en lucrarse a costa de la ignorancia del pueblo. Hasta hay algunas que
comercian con santos y otras con el diablo. Esos y otros hechos le están
quitando muchos creyentes al catolicismo. ¿Ve que aunque no me quieran para
Papa sí me importa la iglesia, y la defiendo, poniéndolo al corriente del
peligro que representan quienes prometen hacer que uno pare de sufrir? Y lo
hago porque Su Santidad me ha aclarado algo que no entendía: cuando usted
condena a los homosexuales por ser una gente que perversamente se ha hecho a sí
misma contra la Voluntad
de Dios, enseña algo que yo creía imposible y que me lleva a admirar el poder
gay. También ha dicho que el escándalo de los curas pederastas es un pecado del
que la iglesia debe arrepentirse. Usted tapó muchos de esos casos por proteger
a su organización, lo cual es muy humano viniendo del representante divino, pero
reconocer el error es de sabios. Lamentablemente, cuando dice que “la destrucción psicológica de los niños (abusados)
es un signo aterrador de los tiempos” vuelve a sacudirse la responsabilidad
que ha tenido la iglesia en la construcción de esos mismos tiempos. Es obvio
que, aunque la iglesia católica condene el divorcio, hay uno clarísimo entre
ella y su forma de entender al mundo actual. Todos estos errores y otros que no menciono se asocian con un vivir fuera
de la realidad, como le pasa a los locos, y la verdad es que con todo esto me
siento dentro de un mundo gobernado por locos.
También
Su infalible Santidad dijo públicamente en su viaje a África que el uso del
preservativo "no es la mejor manera
para combatir el SIDA, ya que es necesaria una humanización de la sexualidad" porque esa pandemia "no se combate sólo con dinero, ni con la
distribución de preservativos,
que, al contrario, aumentan el problema".
La verdad, yo siempre uso condón, prefiero la excomunión a una infección de
transmisión sexual. Al menos sé lo que una ITS supondría para mi cuerpo
presente, pero no me consta nada acerca del posible infierno futuro. Usted ha
sido categórico al afirmar que “el
infierno existe y es eterno, y además no está vacío”. Lo cual anula toda posibilidad de un dios de amor y
misericordia aunque, si me equivoqué al ser agnóstico y por eso me condeno, su
palabra asegura que tendré compañía divertida para siempre. Pero ese punto de
vista es comprensible viniendo de alguien que pasó fugazmente en su
adolescencia por las Juventudes Hitlerianas. Y hablando de Alemania, en la Universidad de
Ratisbona donde usted mi querido Santo Padre fue profesor de teología, a
diferencia de mi padre biológico que nunca ha sido santo ni profesor de nada,
Su Santidad usó la siguiente cita del emperador bizantino Manuel II: “Muéstrame aquello que Mahoma ha traído de
nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de
difundir por medio de la espada la fe que él predicaba”. Todos sabemos que
la espada cristiana también sirvió de forma sangrienta a la evangelización,
incluso desde antes que los dominicos usaran la hoguera, pero su desafortunada
cita molestó a la numerosa población mundial musulmana, y usted tuvo que borrar
el desliz con una breve oración dirigida hacia La Meca en su posterior visita
a Turquía. ¡Bien por esa nueva rectificación del error! Si estoy equivocado en
todo esto, yo también miraré hacia Roma y hasta iré a la Ciudad Santa a
disculparme, si usted quiere. Aprovecharé el viaje para averiguar por qué se
emplea tanto la palabra “santo”
cuando se habla de usted, de la iglesia y de todo lo que le concierne, y para invitarle a considerar su retiro a tiempo.
Volviendo
a esos errores humanos, son comprensibles viniendo de alguien con su historia.
Pero lo que sí me hiere profundamente y me cuesta perdonar es que en su
reciente libro sobre La
Infancia de Jesús, Su Santidad quite del
pesebre a la mula y al buey, afirmando que esos pobres animales nunca
estuvieron presentes en el nacimiento del niño más famoso del mundo. No me
basta con que diga allí que la estrella de Belén fue una supernova, yo no tengo
una ni soy astrónomo, pero sí tuve que regalarle hace poco a mi madre un
nacimiento con mula y buey que me costó unos buenos reales. Para más pecado,
incluye un pastor alemán y un elefante entre tanta oveja y camello. A pesar de
que soy agnóstico, mi madre es mi madre y aunque sea católica, la amo. Ella me
explicó que montar el pesebre es una tradición social que ha trascendido más
allá de la religión, desde que Francisco de Asís inventó el primero por el año
1223. También me dijo que ese gran hombre defendió a los animales, viéndolos
como los hermanitos menores de una humanidad supuestamente racional. Si la
iglesia decidió hacer santo a Francisco, que respete sus aportes y entonces
hacemos un trato: como artista que soy y niño que fui, me gusta la tradicional
iconografía del belén montado con su mula y su buey. Si los deja tranquilos,
puede quitar el ángel, ¿trato hecho? Piense que Lucas y Mateo sólo pudieron oír
la historia del pesebre de labios de María, la única que también pudo contar lo
que ese mismo ángel le dijo acerca de su Anunciación. ¿Por qué la virgen diría
la verdad sobre ésta y mentiría acerca de los animales que estaban en el lugar
donde parió sin perder la virginidad? Usted no estuvo ahí, ella sí. Así que no
asegure con tanta firmeza que “en el
portal no había esos animales”. Me solidarizo con ellos, como otro
Francisco. Y si en vez de agnóstico yo fuese ateo e hiciera un nacimiento,
claro que los pondría dentro de éste. Sólo a la mula y al buey, claro, a nadie
más. Pero siendo agnóstico, puedo colocar a quien quiera, hasta al perro
alemán. O a un Niño Jesús negrito. O incluso metería la paloma. ¿Por qué no? Es
mi pesebre.
Por
otra parte, ¿qué hacemos con la diversidad étnica de los Tres Reyes Magos, con
sus turbantes orientales y túnicas bordadas en oro? También pagué por ellos
cuando compré el belén para mi madre. Usted en su visita a Barcelona denunció “un secularismo fuerte y agresivo como el de
los años 30” e instó a reevangelizar a España. Tal vez por eso,
mi querido Benedicto, usted afirmó también
que Melchor, Gaspar y Baltasar procedían de Tarsis, un lugar que los
historiadores ubican entre Huelva, Cádiz y Sevilla. Es decir, que los Reyes
Magos fueron andaluces. Vestidos como sabios moros, a la moda de la época. Pero
ese reconocimiento no basta para reevangelizar a un país ni para consolar a una
de las regiones de España más golpeadas por la actual penuria económica y
educativa, casi tan mala como la de Venezuela hoy, así que me solidarizo con el
andaluz que declaró hace poco en un diario español: “En plena crisis, sin paga
de Navidad, y ahora nos vacían el Portal”. Por todo lo dicho, mi querido y falible
Santo Padre, le invitó a desdecirse como ya lo ha tenido que hacer en otras
ocasiones y a dejar tranquilos a la mulita y al pequeño buey. Como sea, sólo
asoman el hocico una vez al año, y además son animales estériles, aunque se
hayan multiplicado a través de tantos
pesebres y siglos, lo cual es un milagro. No me quite mi poquita fe en los
milagros, Santo Padre, por favor. No olvide que, según usted, lo que me espera en
la eternidad no es bueno. Tenga compasión. Mire que casi es Navidad. Gracias.