domingo, 14 de septiembre de 2014

RED-LIGIÓN: Un AMÉN para salvar al mundo

Yo andaba paseando hace más de veinte años por Norteamérica, cuando escuché por primera vez hablar del internet. Estaba en una biblioteca pública esperando por el texto de Klimt pedido a la gorda antipática del mostrador, que no entendía mi inglés (ni yo el suyo) ni conocía al pintor, cuando un seminarista salvadoreño que me seguía en la fila de solicitantes pronunció la palabreja (inédita para mí) en tono de preocupada crítica, dirigiéndose al cura anciano que lo acompañaba. Mientras yo buscaba escuchar más sobre esa red interna, por si era un requisito para que la encargada ubicase y me diese el condenado libro, el sacerdote le respondió al angustiado joven algo como esto: “Hijo mío (al voltear vi que no se parecían), esa Torre de Babel con tanta gente comunicándose no tiene futuro, se caerá como la otra, la gente está acostumbrada a hablar cara a cara, por teléfono o por carta, y a ir a su misa. No hay que temer, los sacramentos se dan en persona y esa moda del internet no afectará lo que lleva siglos siendo”. Lo aseguró con la certeza de la ignorancia, siempre mala profeta, mientras yo recibía ¡por fin! mi Klimt sin entender nada del comentario anterior y olvidándolo hasta hoy.

Pero actualmente todos sabemos que la espiritualidad se pesca y se vende como nunca con las redes sociales. Son incontables los individuos, grupos y organizaciones que se la pasan debatiendo por computadora  acerca de si Jesucristo existió (o Dios, o el Diablo), o realizando búsquedas teológicas entre un mar de noticias personales y de asuntos mercantiles o adoctrinamientos políticos, o anunciando eventos religiosos u obras de caridad, o empleando esa vía de alcance masivo para fomentar los antiguos credos, fomentar sectas nuevas o atacar a los de creencias distintas a las suyas. Muchos discuten acerca de la moralidad que afecta al hecho de poder vivir tan informado, tan conectado con otras personas y opiniones, otros rezan por sus conocidos cuando leen lo que estos publican, o se indignan y los eliminan como amigos por ser unos herejes virtuales, y, como era de esperar, hasta el Papado fijó posición cuando vio lo que le venía encima. Hace unos años sugirió en su cuenta Pontifex que los sacerdotes deben aprovechar al máximo los recursos de la comunicación digital para el mejor servicio de la fe, y con iniciativas como el Movimiento Regnum Christi convirtió a las redes sociales en lugares para la evangelización y el adoctrinamiento, buscando seguramente crear una Tierra Santa Virtual.



Entretanto, las demás religiones también usan el internet para extender sus creencias, que a menudo son tentáculos bañados en sangre, o ven expuestos por ese medio, ante la opinión pública, sus cruentos excesos. ¿O es que en pleno siglo XXI los fanáticos no siguen vejando, oprimiendo, decapitando, lapidando, ahorcando, mutilando, violando, encarcelando, quemando vivo o matando de otras formas medievales a quien desafía a sus ruines intereses disfrazados de normas bondadosas, dogmas indiscutibles y elevadas metas espirituales? ¿Acaso no se limita o prohíbe el uso de internet en regímenes totalitarios o en naciones musulmanas como es el caso de Irán o de Turquía? La Web ha llevado a incontables oportunistas dentro y fuera de las iglesias a extender sus manos codiciosas hacia un mercado billonario, enguantando sus garras con el disfraz de blogs individuales o comunitarios, portales, sitios herméticos, organizaciones caritativas, grupos de admiradores de santos, líderes religiosos o movimientos apostólicos. Abundan los iluminados que defienden teorías místicas y evolutivas jaladas por los pelos, los espacios de reflexión o sermoneo personal, los lugares donde se discute sobre temas espirituales tan áridos como siempre, pero con más virulencia por ser debatidos desde la seguridad de una pantalla y del cobarde  anonimato.

Este artículo podría convertirse en una crónica sobre el uso religioso de las redes sociales y su influencia sobre el abaratamiento de los costos del apostolado presencial y del mantenimiento de los lugares tradicionales de culto, mientras fermentan los adoctrinamientos en el continente digital. Facebook y otros sitios acogen en plan mercantil a vivos y a muertos, permiten al usuario aceptar o eliminar contactos según su estatus de vida o sus creencias, y rebosan de anuncios que exhortan a rezarle a Dios, a la Virgen, al profeta o al santo X por tal o cual causa, o a contribuir con una acción caritativa por una causa justa, o a escribir “amén” para motivar al Cielo a salvar desde la vida de un pobre niño enfermo hasta la de un país en desgracia. Pero el punto que le interesa a Raguniano es conocer tu opinión acerca del tema. ¿Eres de quienes creen que escribir “amén” hará cambiar la realidad negativa propia o ajena por una mejor, o que hacerlo te convertirá en una persona más efectiva, compasiva y buena, o al menos contribuirá públicamente a mejorar tu imagen? ¿Te repugna toda esa manipulación masiva, o la encuentras útil y conveniente? ¿Cuál es tu conducta a la hora de pasar por un sitio religioso dentro del continente virtual? Por favor déjanos saber tu posición, pues ya quedó establecido que la red también sirve para hablar sobre estos temas, y verás debidamente valorados y difundidos tus comentarios y aportes en este espacio de libre pensamiento.


Escrito por: Gustavo Löbig


 (A esto es que hacemos referencia: a manipular, alienar y jugar con el miedo o la autoestima de las personas)

sábado, 26 de octubre de 2013

A lo mero macho religioso

"Por el buen orden de la familia humana, unos han de ser gobernados por otros más sabios que ellos; por ende, la mujer, más débil en cuanto a vigor de alma y fuerza corporal, está sujeta por naturaleza al hombre, en quien la razón predomina. El padre tiene que ser más amado que la madre y merece mayor respeto porque su participación en la concepción es activa y la de la madre simplemente pasiva y material."
San Agustín de Hipona
(Santo, Padre y Doctor de la Iglesia Católica)

Nos guste o no, pertenecemos a una sociedad donde es evidente el predominio del hombre sobre la mujer, aunque tengan los mismos derechos. El desequilibrio entre los géneros ha sido una cualidad tan común que se ha permeado en la crianza y educación formal, hasta formar parte de nuestras tradiciones y costumbres. Pero, ¿cómo se originó tal disparidad?, ¿qué hace que en la actualidad se siga viendo a la mujer como un ser inferior al hombre?, ¿por qué la mayoría de los hombres y mujeres toleran este desbalance social y cultural?

Más allá de las limitaciones de índole corporal, hay tareas que se han ajustado de acuerdo al sexo y condición física. No obstante, la importancia de cada actividad no debe medirse por el grado de fuerza requerida sino por su aporte a la sociedad. Es decir, no es menos importante tejer un abrigo que taladrar una acera. Si bien una actividad requiere de mayor fuerza física, ambas son importantes, necesarias e inclusive dependientes unas de otras.

Lamentablemente existen los extremos: el machismo –es su más básica acepción– es el conjunto de creencias, costumbres y actitudes que sostienen que el hombre es superior a la mujer en inteligencia, fuerza y capacidad. Por más ridículo que esto parezca, existen millones de individuos de ambos sexos que avalan y promueven esta retrógrada ideología. Ahora bien, no es menester de este artículo degradar las actitudes asociadas al machismo como la homofobia, heterosexismo, discriminación, sometimiento, maltrato a la mujer, violencia doméstica, etc. Ni tampoco aupar el feminismo, que a mi parecer es el extremo opuesto del machismo. Más bien, quisiera adentrarme en las posibles causas de esta conducta tan presente en nuestra cultura latina.

Precisamente, no es coincidencia que en los países con mayor arraigo religioso se ponga más en evidencia el comportamiento machista. Como bien decía el escritor peruano y Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, "es un problema muy arraigado en América Latina”. Remarcó, además, que el machismo se observa en buena parte del mundo, aunque en Latinoamérica se da con una mayor crudeza y brutalidad que en las sociedades más avanzadas donde se disimula mucho.

Entonces, ¿existe alguna relación entre religión y machismo en cualquiera de sus manifestaciones? La respuesta es SÍ, como era de esperarse. Hace unos meses acompañé a un amigo a una ceremonia judía en una sinagoga. Forzosamente tuve que usar el kipá para entrar al recinto lleno de varones. En los balcones laterales del lugar, apartadas, se encontraban las mujeres. La razón: las mujeres son impuras y deben mantenerse alejadas de los hombres en recintos sagrados. En el judaísmo las mujeres ultrarreligiosas deben cubrirse el pelo con peluca (cosa tan absurda) y ocultar sus piernas, no hace falta explicar las razones (son obvias). Por su parte, el islamismo tiene tradiciones que palpan lo sangriento como apedrear a los homosexuales y a las mujeres infieles (lo cual no sucede con los hombres «machos» que sí pueden tener varias mujeres). El Corán ordena claramente: Manteneos apartados de las mujeres durante la menstruación, y no os acerquéis a ellas hasta que queden limpias; y cuando queden limpias, id a ellas como Dios os ha ordenado(Sura 222). Pero el premio mayor –quizás porque nos toca más de cerca– se lo lleva la religión católica. Hasta hace muy poco (alrededor de los años 60/70) las mujeres no podían entrar a una iglesia sin velo para no incitar a los hombres y por respeto a dios. La participación de la mujer moderna en el seno de la iglesia es prácticamente nula, como siempre ha sido en la tradición eclesiástica. Ni siquiera son tomadas en cuenta en los cónclaves para elegir al Papa. Tampoco es de extrañar que no existan sacerdotes ni cardenales mujeres, ni ninguna con una posición de importancia en la toma de decisiones en el Vaticano (En este punto no nombro a símbolos como las santas, ya que estas fueron reconocidas después de muertas; o la Virgen María, cuyo “mérito” fue haber dado a luz –¿sin pecado concebida?– al “hombre” «hijo del mismo dios», quien nunca dejó instrucciones para que se construyeran templos en su nombre). Adicionalmente, existen muchas referencias machistas en la Biblia, por ejemplo:

“A la mujer dijo (Dios): Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolores darás a luz a los hijos, y tu deseo será para tu marido y él se enseñoreará de ti” Génesis 3:17

“Habla a los hijos de Israel y diles: La mujer cuando conciba y dé luz a un varón, será inmunda 7 días.... Y si diera luz a una niña, será inmunda dos semanas..." Levítico 12: 1-2

"Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos. Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón."  Pedro 3:1

"Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice”.  Corintios 14: 34-35

“Si resultase verdad que no se halló virginidad en la joven, entonces la sacaran y la apedrearan los hombres de la ciudad, y morirá..." Deuteronomio 22:21

Después de estas perlas bíblicas, escritas a lo mero macho, se puede explicar el éxito del machismo en nuestra cultura influenciada por el catolicismo. No abundan los creyentes de esta religión que cuestionen los preceptos de su libro sagrado; al contrario, aceptan o dan por sentado que el hombre predomina sobre la mujer, ya que es palabra de dios (por cierto, un dios hombre). Mientras estas religiones ortodoxas sigan influyendo de manera negativa en sus seguidores se hará más difícil acabar con el machismo. La buena noticia es que cada vez somos más los que abrimos los ojos y nos atrevemos a ver más allá de las creencias impuestas a través de los años. La senda del librepensamiento va ganando simpatizantes, pues los derechos y la auténtica igualdad entre las personas –sin importar su sexo o elección sexual– debería ser una premisa universal.


Escrito por: Rafael Baralt

sábado, 22 de junio de 2013

El suicidio ¿un acto valiente o cobarde?

¿Tiene sentido calificar al suicidio como un acto de valentía o de cobardía? No lo creo. Si alguien elige suicidarse es porque dejó de sentir motivación vital, porque no pudo resistir una situación intolerable, porque al intentar escapar de ella perdió o creyó perder, que para el caso es lo mismo, la opción de cualquier otro camino. Si una persona agobiada solo ve una vía de escape ante sí, no es culpable por seguirla y nadie tiene autoridad para juzgarla. Condenar al suicida supone un juicio extemporáneo contra el último acto de una voluntad que dejó de ser libre para someterse al mandato de la desesperanza absoluta. Cada quien es producto de su historia, la cual escribe y concluye como mejor sabe y puede. Deberíamos estar hartos de juicios, condenas, ataques y discriminaciones, pero no es así, y mucha gente sigue suicidándose por falta de un apoyo efectivo y oportuno. La vida se defiende, la muerte no.

Ante la creciente estadística mundial de suicidios, creo importante alertar sobre esta tendencia, buscando prevenirla y en lo posible evitarla, sin olvidar el derecho de cada quien para decidir cuándo y cómo morir, en tanto no dañe a otros y persista en su decisión después de haber contado con la debida ayuda terapéutica. Al fin y al cabo es su vida y toda persona es responsable de sus actos. Pero hay actos individuales como el suicidio que son responsabilidad de todos, si por egoísmo o indiferencia no ayudamos a quien es incapaz de continuar luchando a solas. Es obvio que el suicida no contó con un apoyo externo suficiente ni con una esperanza de cambio que le prometiese un mejor futuro, y por eso renunció a este. Es obvio también que su miedo o sufrimiento fueron tan grandes, que en su decisión pesó poco o nada el dolor que su muerte podría causar a sus allegados. En lo personal me afecta que una vida, sea que la conozca o no, decida matarse por sentirse sola, desvalida, sufrida, indeseada, desprovista o inútil. Y también sé que, por haber vivido y tenido esperanzas antes de perderlas, la muerte jamás podrá borrar esa vida ni lo que hagamos en su favor cuando todavía es tiempo de hacer algo por ella.

Caminan por este mundo individuos que carecen de la capacidad de dar valor a su vida o a la de otros. Nacieron carentes de esa capacidad de valoración, o no les fue introducida en sus primeros años ni reforzada en los siguientes. Pero a diferencia de otros asesinos, rara vez un suicida es un psicópata, sino que frecuentemente se trata de alguien mentalmente sano y con una sensibilidad muy desarrollada. La mayoría de suicidios se registran en la población adolescente y en la de edad avanzada. Las causas más frecuentes incluyen el envejecimiento, la muerte o rechazo de un ser querido, la pérdida o carencia de imagen, de poder o de bienes materiales, el rechazo social o las enfermedades incurables. La dependencia del alcohol y otras drogas representa un suicidio progresivo, pero tan innegable como el de quien escapa a una vida intolerable por medio de una muerte rápida.

Todas estas causas revelan tardíamente en la víctima una falta evidente de amor por sí misma, una aceptación propia que brilla por su ausencia. Ambas surgen de la alienación colectiva  que lleva al ser humano a verse y a ver a los demás desde una perspectiva equivocada. Ciertamente hay personalidades débiles entre los suicidas, pero en su mayoría son casos que se cansaron de luchar contra esa despiadada manipulación colectiva que empuja al deber ser para manejarnos ideológicamente y explotarnos económicamente. Y cuando alguien no logra ocupar la posición que se le exige para ser aceptado y querido por sí mismo o por los demás, vive una situación agobiante que puede ser su límite, y entonces la inmadurez emocional en el joven, o la dependencia del qué dirán en el adulto, o la creencia de ser un estorbo en el anciano, los conduce a la decisión final que efectivamente termina con esa situación insoportable, pero que no la soluciona, puesto que nadie puede probar adónde nos conduce la muerte, sea natural, accidental, auto infligida o inducida por otros.



Una aproximación al suicidio más adecuada que verlo como algo cobarde o valiente, justificable o no, sería la de reflexionar: ¿Por qué es importante la vida? ¿Por qué nos aferramos tanto a ella? Aunque no sepamos qué representaba su existencia para el suicida, con este tipo de preguntas tendríamos un atisbo del motivo que lo llevó a salirse de un contexto sin sentido de continuidad y en el cual perdió la razón de ser. Desde tiempos remotos se dice que la vida es el bien más valioso, y que terminar con ella es el peor daño que un ser humano puede ocasionarle a otro o a sí mismo. Sin embargo no cesan las guerras, el asesinato, la delincuencia individual u organizada, la tortura, la discriminación, el irrespeto a los derechos humanos, el valorar la vida por logros y posesiones y no según lo que se es, entre otras conductas humanas repetidas siglo tras siglo, mostrando claramente que somos una especie enferma. ¿Enferma de qué? De miedo. Un miedo que se impone incluso al instinto por sobrevivir y que entonces se expresa a través del suicidio.

Al pensar en este tema surgen preguntas fundamentales: ¿Por qué vale la pena vivir? ¿Para qué traer hijos al mundo? ¿Cuál es mi peor miedo? ¿O mi mayor dolor? ¿Qué me veo incapaz de soportar? ¿Qué podría llevarme al suicidio? Hacernos estas preguntas nos hará conocernos mejor y poner en claro a qué nos aferramos, cuál es nuestra máxima prioridad, por qué esa persona, posesión o situación mide nuestro deseo de vivir, o por qué su pérdida equivaldría a morir. Aun siendo puntos de vista relativos y subjetivos, al ser los de cada quién son los únicos que en este caso importan.

Hurgando en nuestras motivaciones, aprendizajes, prioridades, miedos, creencias en el más allá y el más acá, haciéndonos oportunamente las preguntas adecuadas, encontraremos la mejor manera de restarle posibilidades a la del suicidio. Plantearlas en relación a quienes más queremos nos llevará a entenderlos y amarlos mejor y a prevenir su muerte por propia mano. No querer reflexionar sobre el tema será simple miedo a la muerte, desinterés por el tema o incapacidad para profundizar en la vida. Es comprensible. Adentrarnos en esta es bucear en la muerte, pues ambas forman parte de un mismo proceso inevitable que a todos nos afecta. Cualquier criatura medianamente feliz aborrece la sola idea de la aniquilación absoluta, pero cada hora desde que nacemos nos acerca a la hora final, y está en cada uno el concretar qué podría llevarnos a adelantarla. Evitar pensar en el asunto no impedirá que pueda suceder.


Considero que la mejor manera de honrar esta vida tan corta que tenemos es mirar de frente a la muerte y aclarar con esa confrontación por qué vale la pena vivir y de qué manera podemos existir con más dignidad y satisfacción vital, con más provecho personal y colectivo, con visión más clara acerca de la importancia que tiene cada vida. La más humilde o aparentemente insignificante es única e irrepetible, y el Universo no estaría completo sin ella. El valor objetivo de la vida no es algo relativo, no está definido por el éxito ni por el placer que contiene, y menos aún por leyes sociales o religiosas de convivencia. Al ser únicos, nuestro cuerpo y mente jamás volverán a existir idénticamente tal como son en este instante.

Preguntar ¿por qué respiras?, lleva a pensar en la fisiología o el instinto. Pero preguntar ¿por qué eliges amanecer cada mañana? ¿para qué te levantas de la cama? o ¿por qué vale la pena respirar otro minuto, otro día, otro año más? te conduce a la razón que tienes para seguir viviendo. Paséate con sinceridad por todas las respuestas a esas cuestiones, hasta llegar a una en la que tu respiración no dependa de otra persona o de una condición externa a ti, y luego apóyate en esa respuesta para amarte, aceptarte, respetarte, valorarte y vivirte, sabiendo que eres el dueño o la dueña de una vida irreemplazable que ninguna otra puede sustituir. Porque ninguna puede ser ni será jamás exactamente como la tuya o la del otro, así como ningún instante se repite ni jamás podrás bañarte dos veces en el mismo río mientras habites en este mundo cambiante.

Escrito por: Gustavo Lobig

sábado, 27 de abril de 2013

¿Santo yo?


Hace un año tuve una experiencia casi mística, de esas que te dejan en estado de introspección por días. Fue durante el velorio de Nico, un gran amigo. Salió un sábado por la noche a tomarse unos tragos. Tenía años en eso, ni siquiera los cuarenticinco eran impedimento para seguir en el bonche, las discotecas y cuanto lugar de moda existía dentro de la jungla nocturna caraqueña. Eso no lo hacía ni más ni menos bueno, simplemente él era así de enérgico. Esa noche salió del bar, rozaban las 2:00am. Tenía unos tragos, unos pocos, los suficientes como para manejar consciente. Se montó en su camioneta sin percatarse que era vigilado. Al cruzar por una de las avenidas rumbo a su casa fue interceptado para robarlo. Él, de forma instintiva, apretó el acelerador perdiendo el control y chocó contra un poste. Los malnacidos, al sentirse frustrados en el robo, le propinaron cuatro disparos y lo dejaron desangrarse con su cinturón de seguridad puesto. Ese fue un episodio más de nuestra usual crónica citadina. Algunos diarios publicaron una discreta reseña del suceso. Pero el hecho es que estaba allí, junto a su urna. Todos los amigos estábamos en la funeraria ese día. Sentía rabia y tristeza. Yo sabía que Nico no era católico, aun así le prepararon una típica ceremonia religiosa. Le di el pésame a cada miembro de su familia, a unos los conocía, a otro no; como esa señora de arrugas acentuadas que no dejaba de verme. Me agarró por un brazo y me dijo al oído: “él ahora descansa en paz, al lado de Dios. Porque él era un santo, ¿lo sabías? Nico era un santo”. Comenzaban los rezos y yo me adelanté para darle el último adiós a mi amigo. Lo vi a través del cristal. Parecía sereno, ciertamente en paz. En ese instante comprendí lo que quiso decir esa mujer desconocida, pero no porque Nico fuera en verdad un santo, sino porque era fácil percibirlo como tal.

El relato, tomado de una vivencia propia, me motivó para desarrollar este tema que venía revoloteando en mi cabeza. Un asunto tan obvio y cotidiano que pasa desapercibido por lo “normal”, a no ser por la carga de manipulación intrínseca. Ciertamente Nico fue una gran persona y el mejor de los amigos, de eso no cabe duda, pero no fue un santo en el sentido estricto de la palabra.

El término santo se utiliza con mucha ligereza en nuestro argot coloquial. Se le otorga a aquella persona que se considera muy buena, altruista y espiritual; ya sea en vida o después de fallecida. Si analizamos la palabra etimológicamente nos encontramos con los siguientes significados según la RAE:
  • Perfecto y libre de toda culpa.
  • En el mundo cristiano, se dice de la persona a quien la Iglesia declara tal, y manda que se le dé culto universalmente.
  • adj. Dicho de una cosa: Que está especialmente dedicada o consagrada a Dios o que es venerable por algún motivo de religión.
  • Santidad: Cualidad de santo.

Existe una evidente incongruencia entre el primer concepto “Perfecto y libre de toda culpa” y el segundo que es aquella persona que la iglesia declara como tal, pues incluiría a cualquier pecador. Hasta donde tengo entendido los únicos “santos” vivos son los Papas en ejercicio. De allí que se les diga “Su Santidad” o “Santo Padre” a modo honorífico como la máxima reverencia del mundo católico. En este punto cabe la siguiente pregunta: ¿tiene la mayor figura eclesiástica la condición de ser perfecto y libre de toda culpa? Claro está, la palabra “culpa” (un término altamente alienante creado en el contexto religioso) puede ser utilizada a conveniencia por los representantes de la iglesia. En lo particular, nunca hallé nada de santo en Su Ex Santidad Benedicto XVI; ni siquiera en el venerado Juan Pablo II, que poco después de muerto fue elevado a estatus de beato y próximamente canonizado, aunque ya era considerado así por muchos creyentes. En realidad, ningún Papa está libre de culpa, o de pecado (usando sus mismas expresiones). Entonces, por simple deducción, ningún individuo sería digno de ser llamado santo o santa.

Otra manera de conseguir que un mortal común califique para convertirse en beato es que se le imputen dones curativos después de muerto. En fin, la lista de santos es larga y va desde doctores, reyes, reinas, monjas, sacerdotes y hasta palomas (pero sólo la del espíritu santo, cualquier otra paloma sería impura) con poderes sobrenaturales de curación y salvación desde el templo celestial. Inclusive algunos políticos son catalogados por la misma gente con ese adjetivo, tal es el caso de “Santa Evita” o al más reciente Hugo Chávez, que no tardará en conseguir un sitial de honor al lado de la madre Teresa de Calcula. Es bueno recordar que la gente propone y la iglesia dispone. Si se llegaran a demostrar milagros atribuibles al líder de la revolución “bonita”, ténganlo por seguro que la petición para beatificarlo se haría más temprano que tarde. Fanáticos hay en todas partes, independientemente de sus tendencias políticas o nivel de ignorancia. En todo caso, queda a potestad de la Iglesia declarar santo a un político. Antes de tomar una decisión como esa analizarían muy bien los beneficios que obtendrían, ya que la iglesia también es una institución política con intereses propios.

El calificativo de santo no es de uso exclusivo para personas, también es aplicado a cosas tan ordinarias como: la santa biblia, santo grial, santa sede, semana santa, ciudad santa del vaticano; y pare de contar. Todo ello con el fin único de envolverlo en una aurora sagrada de bondad y divinidad absoluta. Mención aparte está la santería, que lleva implícito el nombre de los entes que son venerados en esa pseudo religión, o más bien secta.

El término en cuestión ha sido instaurado hábilmente en la psiquis de las personas. Es clara la influencia del catolicismo en la promoción de dicha palabra. La santidad pareciera ser un manojo de infinitas virtudes en alguien o en algo supuestamente tocado por dios. La iglesia católica se lo auto-adjudica para hacerse ver misericordiosa, asociando el significado positivo del adjetivo con religiosidad. Y no le quito razón, pues tienen que buscar formas de no perder adeptos, aunque lleven siglos intentando deslastrarse de todos los males que han causado a la humanidad.


Estoy seguro de que a Nico no le hubiese importado que le llamaran santo, creo que hasta se hubiese reído de ello. A él no le importaban tanto esas cosas como a mí, siempre buscándole las cinco patas al gato. Obviamente, preferiría ser recordado por mis buenas acciones, más que por las malas que haya hecho en vida. Ninguno está exento de maldad. Todos la tenemos en mayor o en menor grado. No califico para santo, no estoy ni cerca de serlo. Además, no comulgo con la hipocresía de quienes sí se lo creen. Es más sano aprender a convivir con nuestras virtudes y miserias y no pretender ser algo que no está en nuestra condición humana.

Escrito por: Rafael Baralt

sábado, 9 de febrero de 2013

¿Autoayuda costosa o dieta gratis?


Estoy en contra de la comercialización de la autoayuda por puro afán de lucro, dejando claro que es posible cambiar algunas circunstancias de nuestra realidad externa o interna, si aprendemos cómo hacerlo. Una persona que repita pensamientos, creencias y conductas, es poco probable que vea la vida de manera distinta y la viva diferente sin la intervención de un factor externo que la afecte, pero es improbable que ese factor salga de un texto o taller de autoayuda. ¿Por qué? Porque éstos sólo afectan su parte racional, y ahí se quedan, sin pasar a internalizarse para producir el cambio deseado. Nuestra personalidad y mucha de la realidad cotidiana surgen de acuerdo a cómo pensamos, aprendemos, sentimos y actuamos.  Cada vez que se cambian los puntos de vista o se aprende algo nuevo, se establecen nuevas conexiones en las neuronas, lo cual modifica el cerebro. A eso se llama evolución. Aun así, aprender no es suficiente, a menos que se aplique lo aprendido. Sobran quienes saben de todo y no han aprendido casi nada. Nos pasamos la vida creando un futuro mejor, pero tratando de no cambiar para no sufrir, y lo que hacemos es reafirmar la personalidad disfuncional con una serie de ideas, emociones y actos (miedos, enfados, prejuicios, manipulaciones, ataques, defensas, metas egoístas, escapismos, etc) que son adictivos y que funcionan como programas informáticos instalados en el subconsciente. Por eso, hablando como coach y como humano que vive los mismos problemas que todo el mundo, sé que los tres pasos iniciales para andar por un mejor camino de vida son: Primero, asumir nuestra responsabilidad como co-creadores de la propia vida y de la vida de los demás y dejar de creernos víctimas que necesitan de un salvador. Segundo, aceptar la realidad que está sucediendo y que deseamos cambiar, sin resistirnos a lo que es, porque lo que se resiste, persiste. Tercero, sabernos más grandes que esa realidad que se desea cambiar, porque cada persona es ella, no sus circunstancias. Los triunfadores sobre la adversidad imaginaron el futuro diferente, sintiéndolo como si ya hubiese sucedido, luego crearon el cambio en ellos teniendo fe en sí mismos, y sólo después obraron para hacer real lo que pensaron. Sólo entonces puede darse el cuarto paso, que es el cambio, y que casi nunca se logra a base de pagar por teorías bonitas y frases hechas, que frecuentemente no son más que sentido común vendido a alto precio por charlatanes que la moda consagra como sanadores.

Podemos hacer sin gastar plata que el pensamiento sea más real que un acontecimiento, y lo hacemos a diario, cuando sufrimos por algo que ya pasó o que todavía no ha sucedido. La mente manda dentro del presente. Si conducimos nuestro vehículo y de repente nos concentramos en un pensamiento, en ese momento vemos sin ver la carretera sin sentir nuestro cuerpo. Ese lapso, aunque dure apenas un instante, es de un gran poder creador, es el estado de flujo del artista que se olvida de todo mientras trabaja. Ese estado es el necesario para crear, primero con la mente, luego a través de la acción o del cambio conductual. Por lo tanto, es cuestión de elegir pensamientos constructivos en lugar de los de siempre. Pero pensar en negativo es morbosamente adictivo, y la mayoría de las personas se la pasan pensando en sus problemas en lugar de pensar en las posibilidades. En cuanto a los iluminados que defienden a toda costa el Pensamiento Positivo, aún sin actuar, cuidado con esa fantasía. Pensar en algo no lo hace real, si nuestro comportamiento no responde a la intención de que ese deseo se realice. La mente y el cuerpo deben trabajar juntos. Tenemos que escoger actuar de manera distinta y funcional, para que pueda suceder algo nuevo. 


Si deseamos crear una nueva realidad personal, hemos de convertirnos en otra persona. ¿Cómo? Mediante un programa activo de vida desligado del miedo, esa emoción aprendida que limita la acción del poder personal, hasta lograr que este poder se convierta en la habilidad de eliminar el autosabotaje y de activar el sistema operativo de los programas subconscientes que posibilitan el cambio. Pongamos, por ejemplo, la ansiedad. El caso de alguien con ansiedad o con depresión es el mismo: el cerebro empieza a segregar química como si eso que teme la persona estuviera sucediendo, y con el tiempo esa química se convierte en adictiva. ¿Cómo salir del círculo vicioso? Si haces conscientes tus pensamientos y tus hábitos automáticos y observas las emociones y conductas, empiezas a objetivar tu mente subconsciente. Si te familiarizas con los aspectos de ti mismo y los factores de tu entorno que motivan la ansiedad (o lo que quieras cambiar), durante la observación continua de ti podrás darte cuenta de cuándo empiezas a sentirte de la manera que ya no deseas repetir, y serás capaz de cambiarla, rompiendo en ese momento la cadena del hábito. Si te recompensas inmediatamente después, por haber logrado hacer algo mejor que lo acostumbrado, reforzarás el proceso de cambio a nivel de tu cerebro y de su funcionamiento vital. El único pensamiento positivo que funciona es el que lleva a un autocondicionamiento positivo. Se trata de tener claro quién se quiere ser, qué pensamientos y emociones se prefieren por ser útiles y no solamente habituales, planificar adecuada y oportunamente, y después actuar los pequeños cambios que darán lugar a los grandes. De esa manera se van instalando los nuevos circuitos en el cerebro. Pero se requiere constancia y disciplina. El simple pensamiento positivo o el desear algo no funcionan, porque la negatividad está instalada en el subconsciente y saboteará el proceso de logro.

Un libro o taller de autoayuda tampoco hará cambios, a menos que el aprendizaje de la nueva información se internalice más allá de una teoría y se ponga en práctica. Sólo la acción personal conlleva el cambio personal, no los aprendizajes intelectuales que quedan en simple teoría. De teorías y opiniones inútiles está lleno el mundo, y por eso anda tan mal. Pero hay muchos interesados en que la gente siga sufriendo y gastando su dinero en ayudas inefectivas, que muchas veces exigen otras complementarias y también costosas. De ahí salen tanto médico que no pasa de ser un vulgar comerciante de la salud corporal o mental, tanto consejero charlatán, tanto facilitador de talleres y de textos inútiles de autoayuda, que no sirven más que para lucrar al supuesto sanador y encarecer un mercado de la salud que ya engloba el lucrativo negocio de la muerte, un comercio cada vez más extendido y cuyo afán de dinero, a costa del dolor ajeno, es indigno de un ser humano decente. Generalmente, si un individuo o grupo ofrece una cura milagrosa en un tiempo muy breve y a un precio muy alto, se tiene delante el caso de uno de estos estafadores.

Los cambios verdaderos consisten en hacer conscientes las conductas y patrones limitantes inconscientes, sin sentir culpa, y desde esa conciencia saber elegir y realizar las acciones de cambio requeridas. Una personalidad débil prefiere delegar la responsabilidad de cambiar las cosas en el aporte que pueda recibir del iluminado, el brujo o el sabio de turno, y es incapaz de ver la manipulación en tales dudosas ayudas.

Lo que nos quita la libertad y el progreso son nuestras propias creencias, el conformismo, el temor a cambiar, los hábitos, los apegos, los prejuicios y demás barrotes de esa prisión que para muchos es la vida, y que deben ser desmontados uno a uno. Nos hemos pasado el tiempo oyendo el consejo de “sé tú mismo”. Pues yo opino que si ese yo no es tu yo auténtico, si no te hace realmente feliz y productivo dentro del bien común, te deshagas de él. Una buena forma es ser y obrar como librepensador, para despojarnos de etiquetas, patrones sociales y prejuicios injustos. Hace falta dejar el juicio condenatorio contra uno mismo y los demás para ser verdaderamente humanos, y no otra de las fieras depredadoras, estúpidas y egoístas que representan a la peor parte de la humanidad. Una dieta mental y conductual que se vaya depurando de hábitos negativos es la mejor receta para que la infelicidad personal y mundial acabe por morir de inanición. ¿Utópico? Sí, mientras no lo lleves a la práctica cotidiana. Así que déjate de libros, cursos y rituales costosos, y comienza con esta dieta, privándote a tu manera de lo negativo, si realmente quieres hacer un uso efectivo de tu libertad y dejar una huella tan liviana como la del amor a tu paso por este mundo. Esa es mi posición ante las pruebas de la vida. ¿Cuál es la tuya?

Escrito por: Gustavo Löbig

sábado, 12 de enero de 2013

Prostitución legal, ¿doblemente inmoral?

“Como todo niño latinoamericano, donde el machismo es visto como una virtud, fui convidado por mis amigos a ir a un burdel para ‘estrenar’ mi hombría con una mujer de la ‘mala vida’. Tan sólo tenía quince años, fue una noche saliendo de una fiesta. Estábamos algo embriagados, y yo muy emocionado. Entramos al lugar con identificaciones falsas (todos menores de edad), nos sentamos en la barra, se nos acercaron unas chicas bien exuberantes (una para cada uno), fijamos la tarifa y …

Esta historia (mi historia) es la de muchos otros hombres que pasaron por esa experiencia que bien podría catalogarse como “normal”. Recuerdo además que mis mayores me aconsejaban que era mejor hacerlo con una puta la primera vez. La verdad no sé si fue lo mejor, pero tampoco fue la última vez. Lo tengo en mi memoria como algo vago y nada trascendente, pero aún no logro borrar la cara de aquella mujer, la que me inició. Era bonita, delicada y olía a lavanda frutal. No me pasaba por la mente que había estado con miles de hombres antes que yo. Hoy en día la veo diferente, pero no a la experiencia, sino a ella: mi primera prostituta.

Es mucho lo que habría que decir sobre el oficio más antiguo del mundo. Algunos apoyan la prostitución, otros la encuentran repugnante. Pero lo que me motiva a escribir este texto es cuestionar la legalidad de la misma, en otras palabras, ¿debería ser legal? Es importante mencionar que la prostitución no es exclusiva de las mujeres, muchos hombres se han sumado al lucrativo ejercicio. Hoy en día es usual ver anuncios de estos profesionales en la sección de clasificados ofreciendo sus servicios de “masajistas” tanto a mujeres solas, hombres o parejas.

Haciendo un poco de historia, quizá la prostituta más conocida de que se tenga referencia –aunque no se tenga evidencia de ello- fue la pobre María Magdalena (para algunos una santa, para otros una gran pecadora). El hecho es que cualquier indicio de humanización de Jesús de Nazaret ha sido minimizado u opacado por la divinidad que sus apóstoles y seguidores le confieren, por lo que fue necesario condenar a esta mujer como la provocadora de los instintos carnales del “hijo de dios”. La verdad no pienso perder tiempo especulando sobre las intenciones que tuvo esta mujer, ni Jesús, ya con los evangelios tenemos suficientes contradicciones sobre el tema. Lo cierto es que gracias a ese mito se comenzó a ver la prostitución como algo pecaminoso, lascivo, demoníaco, etc.; estigmatizándola hasta la época actual en la gran mayoría de los países.

Si bien es cierto que muchas mujeres comenzaron a prostituirse por necesidad económica, también lo es que podrían dejar de hacerlo cuando esta situación mejore, consigan otro tipo de ingreso o simplemente lo deseen. Algún idealista o religioso diría que ”podrían conseguir un trabajo más digno”; en ese caso comenzaría por preguntarles qué significa “digno” para ellos, pues muchas prostitutas son más dignas que cualquier político encorbatado o que un pastor de congregación religiosa. También hay quienes la ejercen por convicción y les gusta lo que hacen. Sin embargo, en todos los casos el acto se realiza por consentimiento mutuo, previa fijación de una tarifa, y para beneficio de ambas partes.

Entonces, si nos quitamos el manto de “moralistas de iglesia”, entendiéndolo como nuestra capacidad para juzgar según nuestras creencias sobre “el bien y el mal” dogmático, podríamos esgrimir sobre las posiciones y/o razones que algunos sostienen para la no legalización de la prostitución:

1. La legalización / despenalización de la prostitución es un regalo para los proxenetas, los traficantes y la industria del sexo.
¿Un regalo?, precisamente los proxenetas y traficantes existen por la falta de protección legal que tienen las prostitutas, pues muchas tienen que acudir a ellos para ampararse del maltrato a que podrían ser expuestas en las calles. El problema se presenta cuando éstas se hacen víctimas de estos inescrupulosos que se lucran de ello. En todo caso, la ley tampoco los ampara, ni ahora ni con la legalización. Por otra parte, acerca que es un “regalo” para la industria del sexo, ¿algún problema con eso?

2. La legalización / despenalización de la prostitución y de la industria del sexo promueve el tráfico sexual.
Esto sólo pone de manifiesto la incapacidad de algunos países e instituciones para impedir y combatir la trata de personas. La legalización de la prostitución no puede ser una excusa para hacer cumplir la ley contra el tráfico humano. La proliferación de mujeres de países del tercer mundo en países desarrollados es sólo el reflejo de la falta de controles de tráfico de personas, y ello seguiría sucediendo con o sin la despenalización de la prostitución.

3. La legalización / despenalización de la prostitución no supone un control de la industria del sexo. La expande.
Eso depende, ¿es que acaso no se puede legalizar la prostitución a la par de controlar su industria? Además, este argumento tiene un trasfondo moralista que trata de hacer ver la prostitución como algo malo, pecaminoso y execrable. Ahora bien, referente a la palabra “industria”, es obvio que los seres humanos buscamos el lucro a costa de casi cualquier cosa. Los conservadores sostienen que con la legalización serían más rentables “otras formas de explotación sexual”, tales como: el strip-tease, los centros de esclavitud y disciplina, los sex shops, los juguetes eróticos y la pornografía. En este sentido, pienso que cualquier industria se mantiene y justifica porque existe un mercado; siempre habrá quienes consuman estos productos y/o servicios y es el mismo cliente quien elige usarlos o comprarlos; nadie los obliga.

4. La legalización / despenalización de la prostitución aumenta la prostitución clandestina, ilegal y la prostitución de la calle.
Este argumento se cae por sí solo: Si se legaliza dejaría de ser “clandestina” o “ilegal”. Sobre la prostitución en la calle, pues allí entrarían las leyes que regulen cómo y dónde pueden practicarlo, pero legalmente.


5. La legalización de la prostitución y la despenalización de la industria del sexo promueve la prostitución infantil.
Aquí se aplica lo mismo que planteé en el punto dos. Adicionalmente, la legalización de la prostitución debe contemplar regulaciones elementales de: edad mínima, condición de salud, nacionalidad, etc. Eso es más que lógico.

6. La legalización / despenalización de la prostitución no protege a las mujeres que están en la prostitución.
Otro argumento bastante insubstancial y absurdo, se supone que la legalización debería protegerlas, así como también contar con el amparo de las organizaciones de DDHH en todo el mundo (si es que sirven para algo).

7. La legalización / despenalización de la prostitución aumenta la demanda de la prostitución. Incentiva a los hombres a comprar a las mujeres por sexo en un entorno social más permisible y de mayor aceptabilidad.
Esto parece redactado por un cura bastante mojigato. ¿Y es que acaso el hombre ha dejado de sentir impulsos sexuales dentro de entornos pocos permisibles y de menor aceptabilidad? Además, el hombre no “compra a las mujeres”, paga por un servicio en común acuerdo con ésta.

8. La legalización / despenalización de la prostitución no promueve una mejora de la salud de las mujeres.
El dicho popular dice “todo en exceso es malo”, yo agregaría: hasta el sexo. Pero, ¿quién obliga a quién a hacerlo y con qué frecuencia? Decir que “no mejora” la salud de las mujeres afirma que éstas ya son insanas. Conozco prostitutas mucho más sanas que cualquier mujer con poca actividad sexual. Creo que más deterioro produce el celibato, inclusive daño mental. Ahora bien, si se tratara con dignidad a las prostitutas existieran organismos que fomenten la prevención de enfermedades, pero la despenalización por sí sola no implica “promover” condiciones de salud.

9. La legalización / despenalización de la prostitución no aumenta las posibilidades de elección de las mujeres.
Al contrario, las aumenta. Al tener más posibilidades de ejercer podrían exigir, y por ende escoger a quien ofrecer sus servicios. Precisamente la no legalización induce a que tengan que conformarse con los clientes que cometen la “ilegalidad” junto con ellas.

10. Las mujeres que están dentro de la prostitución no quieren que se legalice o despenalice la industria del sexo.
Esta es la perla final, quisiera conocer alguna prostituta que no desee trabajar legalmente dentro del país donde se encuentre. Pregúntenle a un inmigrante ilegal si no desearía vivir con tranquilidad jurídica y poder trabajar en el país donde decidió vivir. Por la única razón que veo que alguna prostituta no esté de acuerdo sería porque tendría más competencia.

Considero que la idea no es realzar la condición de prostituta/o, sino dignificar a la mujer o al hombre que lo es. Se trata de un trabajo que debería respetarse como cualquier otro, siempre y cuando no dañe o perjudique a otras personas. ¿Hasta qué punto estamos cubiertos por el velo de moralidad que nos han impuesto? Por otra parte, las parejas no deberían sentirse amenazadas por la existencia de quienes mercadean con su cuerpo. Si su relación es satisfactoria y lo suficientemente placentera no debería haber riesgo de una “infidelidad” sexual; pero si sucediera, habría que revisar las causas que lo originaron y no achacárselas a quien prestó el servicio sexual.

La verdad dudo que la prostitución deje de practicarse con o sin la legalización de la misma, por lo que no encuentro razones realmente importantes para que no se deba legalizar. Pienso que es hora de ver las cosas distinto, actuar diferente y darle un tinte más humano al dejar de estigmatizar. Tan sencillo como “vivir y dejar vivir”.

Por cierto, nunca más estuve con una prostituta, aquello sólo formó parte de mis experiencias de adolescente. Mis gustos han cambiado y no necesito de servicios de ese tipo para satisfacer mis necesidades sexuales. Pero considero a quienes sí lo desean y necesitan (sea cual sea la razón), sobre todo respeto a las prostitutas y prostitutos, que por simple convicción ejercen algo más que una labor social para una buena parte de la población mundial.

Escrito por: Rafael Baralt