A lo largo de la historia de la humanidad han
existido infinidad de manifestaciones de enfrentamiento entre los hombres. Dentro
de las razones más comunes que han originado tales eventos se encuentran:
conquistar nuevos territorios, imponer ideologías, desacuerdos culturales y
religiosos, segregación racial, etc. Estos lamentables sucesos representados
por guerras, cruzadas y batallas han ocasionado millones de muertes de
personas, algunas cayeron orgullosamente en el mismo frente de combate
defendiendo sus ideales, así como otra gran parte que fueron víctimas de la inclemencia
de otros. Hoy en día, se siguen viendo estas demostraciones
de intolerancia pero con un nivel de perfeccionamiento aún mayor, evidenciado
por el equipamiento bélico de alta tecnología en los ejércitos de muchos
países, lo cual ha hecho de la industria militar un negocio de proporciones
inimaginables. De hecho, en la actualidad los países se miden por su grado de
poderío militar, donde destacan las grandes potencias del mundo, pero, si las
armas fueron creadas para destruir y hacer daño, ¿Cómo puede entonces
catalogarse como “potencia” a una nación por su capacidad de destrucción? ¿Qué
orgullo maquiavélico subyace en la mente de algunas personas en demostrar su
capacidad de tener más poder? ¿Es que no se puede ver la hipocresía en el doble
discurso de los líderes del mundo que se jactan de promover la paz mientras
gastan millones dólares en equipamiento militar? Todas estas incoherencias han
sembrado en mí una aversión ante el militarismo y todo lo que ello representa.

Más allá de encontrarle una explicación al
origen de las guerras se encuentra el afán del hombre por demostrar su poderío
a través de las armas, lo cual a mi juicio no es más que el opaco reflejo del
lado más oscuro del ser humano. Desconozco lo que se debe sentir al tener un
fusil en mano, pero definitivamente debe despertar algún tipo de sensación de
poder sobre el otro, y cuando a éste se le unen más personas, bajo el mando de
un líder, portando armas sofisticadas, con un ideal común y con entrenamiento
para matar, se transforma en toda una maquinaria de destrucción capaz de
cometer los actos más atroces. Más peligroso aún es cuando un militar
llega a convertirse en el Presidente de un país, ya sea por voto popular o a
través de un golpe de estado ¿Cómo puede un hombre con mentalidad militarista
presidir una nación sin ver a su gente como peones o parte de su batallón? ¿Es
que acaso la disciplina militar se le puede imponer a todo un país? Más triste
aún es ver como hay personas en esos países con mandatarios militares que se
dirigen a su presidente con la expresión “mi comandante”, lo cual a mi juicio
es un acto de total subordinación y sumisión. Algunos ejemplos de esta
peligrosa combinación (presidente/militar) se encuentran en la figura de Adolf
Hitler (Alemania), quien logró de manera muy hábil manipular las mentes de
millones de personas y provocar uno de los mayores exterminios humanos del cual
se tenga conocimiento en la historia mundial; Josef Stalin (Rusia) a quien se
le atribuyen entre 20 y 30 millones de víctimas bajo su régimen (aunque se
estima un número superior); también es importante nombrar a criminales que se
apoyaron en el ejército para diezmar a sus contemporáneos, cegados por su
aberrada ansia de poder, como es el caso de Gengis Khan (Mongolia), Napoleón
Bonaparte (Francia), Idi Amin (Uganda), Pol Pot (Camboya), Mao ZeDong (China).
Es indudable que la industria del
armamento militar incide en la economía mundial. Sería interesante ver el grado
de desarrollo que tendría la humanidad si en vez de asignar recursos para la
compra de equipamiento bélico se hubiesen destinado esos fondos a la
investigación para la cura de tantas enfermedades que siguen causando estragos
en la población mundial, o desarrollar tecnologías para mejorar la calidad de
vida de las personas, o para acabar con la pobreza y la hambruna de los países
subdesarrollados. Al contrario, existen organismos financiados por las grandes
potencias dedicadas al desarrollo de armas de destrucción masiva en forma de
sofisticados aviones equipados con misiles autodirigidos, buques de guerra con
cañones de largo alcance, submarinos con sistemas anti-detección de radares,
tanques blindados con material anti-impacto; hasta llegar a las temibles bombas
nucleares y armas bacteriológicas. Pareciera que con estos hechos la humanidad,
lejos de evolucionar, estaría en un proceso de involución ¿Hasta donde llegará el afán de poder del hombre? ¿Cómo
se puede promover la paz en el mundo si estas industrias siguen desarrollando
formas más perfeccionadas de aniquilación?.
Más de una vez me he preguntado
si esta posición antimilitar tenga que ver con falta de patriotismo, pero
considero que ese término no puede medirse por el nivel de agrado que tenga por
la milicia de mi país, ya que ser patriota no es necesariamente ser pro-bélico.
Quizá aparezca por ahí alguien tratando de justificar los hechos históricos de
las batallas por la independencia de Venezuela, lo cual pudiese tener algún sentido
si se observa bajo la perspectiva de la “libertad
del yugo español”, pero es que en primera instancia, si hubo una guerra para
lograr la independencia fue porque antes hubo una invasión armada de otro país,
y así una secuencia de eventos del pasado con el mismo denominador común: el
afán de poder del hombre para dominar, imponer o tomar a la fuerza territorios
acabando con vidas humanas, y poniendo fin a la cultura y tradiciones de los
pueblos conquistados. Y es que no se puede hablar de guerra sin asociarla con
miedo, muerte, destrucción, desolación y miseria.

Escrito por: Rafael Baralt