domingo, 4 de marzo de 2012

Guerra y Militarismo: Dos grandes males de la Humanidad

A lo largo de la historia de la humanidad han existido infinidad de manifestaciones de enfrentamiento entre los hombres. Dentro de las razones más comunes que han originado tales eventos se encuentran: conquistar nuevos territorios, imponer ideologías, desacuerdos culturales y religiosos, segregación racial, etc. Estos lamentables sucesos representados por guerras, cruzadas y batallas han ocasionado millones de muertes de personas, algunas cayeron orgullosamente en el mismo frente de combate defendiendo sus ideales, así como otra gran parte que fueron víctimas de la inclemencia de otros. Hoy en día, se siguen viendo estas demostraciones de intolerancia pero con un nivel de perfeccionamiento aún mayor, evidenciado por el equipamiento bélico de alta tecnología en los ejércitos de muchos países, lo cual ha hecho de la industria militar un negocio de proporciones inimaginables. De hecho, en la actualidad los países se miden por su grado de poderío militar, donde destacan las grandes potencias del mundo, pero, si las armas fueron creadas para destruir y hacer daño, ¿Cómo puede entonces catalogarse como “potencia” a una nación por su capacidad de destrucción? ¿Qué orgullo maquiavélico subyace en la mente de algunas personas en demostrar su capacidad de tener más poder? ¿Es que no se puede ver la hipocresía en el doble discurso de los líderes del mundo que se jactan de promover la paz mientras gastan millones dólares en equipamiento militar? Todas estas incoherencias han sembrado en mí una aversión ante el militarismo y todo lo que ello representa.

Debo ser sincero; desde mi adolescencia sentí repulsión por el mundo militar pero no entendía el porqué. Recuerdo claramente todas las peripecias por las que muchos tuvimos que pasar para no ser capturados por la temida “recluta”, que es como se le conoce al alistamiento militar en Venezuela. En la década de los 80 era obligatorio hacer el servicio militar, y para los jóvenes de ese entonces fue una época de verdadero terror. Obviamente, es inútil tratar de inculcar una disciplina castrense a una persona sin ‘vocación’ para este tipo de actividades, así como tampoco se le puede obligar a ningún ser humano a que aprenda a usar armas, así sea para autodefensa. Por otra parte, la corrupción que existe dentro de la institución militar ha sido puesta en evidencia en más de una oportunidad: sobornos, cobro de comisiones, tráfico de armas, etc.; y más lamentable aún es la corrupción entre los mismos militares cuando se irrespeta el mérito en el nombramiento de los altos cargos y mandos, ya sea por temas políticos, conflictos internos o por simple discriminación entre ellos. Particularmente nunca le encontré sentido a aquello de “entrenarse para matar” con el fin de “defender la patria”, pero ¿Defenderla de que? ¿De quien? Todavía lo sigo esperando, aunque tengo consciente que mi vivencia personal no es la misma a la de miles de personas en naciones con historia bélica o que han vivido azotadas por otras formas distorsionadas de militarismo como el terrorismo o la guerrilla.

Más allá de encontrarle una explicación al origen de las guerras se encuentra el afán del hombre por demostrar su poderío a través de las armas, lo cual a mi juicio no es más que el opaco reflejo del lado más oscuro del ser humano. Desconozco lo que se debe sentir al tener un fusil en mano, pero definitivamente debe despertar algún tipo de sensación de poder sobre el otro, y cuando a éste se le unen más personas, bajo el mando de un líder, portando armas sofisticadas, con un ideal común y con entrenamiento para matar, se transforma en toda una maquinaria de destrucción capaz de cometer los actos más atroces. Más peligroso aún es cuando un militar llega a convertirse en el Presidente de un país, ya sea por voto popular o a través de un golpe de estado ¿Cómo puede un hombre con mentalidad militarista presidir una nación sin ver a su gente como peones o parte de su batallón? ¿Es que acaso la disciplina militar se le puede imponer a todo un país? Más triste aún es ver como hay personas en esos países con mandatarios militares que se dirigen a su presidente con la expresión “mi comandante”, lo cual a mi juicio es un acto de total subordinación y sumisión. Algunos ejemplos de esta peligrosa combinación (presidente/militar) se encuentran en la figura de Adolf Hitler (Alemania), quien logró de manera muy hábil manipular las mentes de millones de personas y provocar uno de los mayores exterminios humanos del cual se tenga conocimiento en la historia mundial; Josef Stalin (Rusia) a quien se le atribuyen entre 20 y 30 millones de víctimas bajo su régimen (aunque se estima un número superior); también es importante nombrar a criminales que se apoyaron en el ejército para diezmar a sus contemporáneos, cegados por su aberrada ansia de poder, como es el caso de Gengis Khan (Mongolia), Napoleón Bonaparte (Francia), Idi Amin (Uganda), Pol Pot (Camboya), Mao ZeDong (China).

Es indudable que la industria del armamento militar incide en la economía mundial. Sería interesante ver el grado de desarrollo que tendría la humanidad si en vez de asignar recursos para la compra de equipamiento bélico se hubiesen destinado esos fondos a la investigación para la cura de tantas enfermedades que siguen causando estragos en la población mundial, o desarrollar tecnologías para mejorar la calidad de vida de las personas, o para acabar con la pobreza y la hambruna de los países subdesarrollados. Al contrario, existen organismos financiados por las grandes potencias dedicadas al desarrollo de armas de destrucción masiva en forma de sofisticados aviones equipados con misiles autodirigidos, buques de guerra con cañones de largo alcance, submarinos con sistemas anti-detección de radares, tanques blindados con material anti-impacto; hasta llegar a las temibles bombas nucleares y armas bacteriológicas. Pareciera que con estos hechos la humanidad, lejos de evolucionar, estaría en un proceso de involución ¿Hasta donde llegará el afán de poder del hombre? ¿Cómo se puede promover la paz en el mundo si estas industrias siguen desarrollando formas más perfeccionadas de aniquilación?.

Más de una vez me he preguntado si esta posición antimilitar tenga que ver con falta de patriotismo, pero considero que ese término no puede medirse por el nivel de agrado que tenga por la milicia de mi país, ya que ser patriota no es necesariamente ser pro-bélico. Quizá aparezca por ahí alguien tratando de justificar los hechos históricos de las batallas por la independencia de Venezuela, lo cual pudiese tener algún sentido si se observa bajo la perspectiva de la “libertad del yugo español”, pero es que en primera instancia, si hubo una guerra para lograr la independencia fue porque antes hubo una invasión armada de otro país, y así una secuencia de eventos del pasado con el mismo denominador común: el afán de poder del hombre para dominar, imponer o tomar a la fuerza territorios acabando con vidas humanas, y poniendo fin a la cultura y tradiciones de los pueblos conquistados. Y es que no se puede hablar de guerra sin asociarla con miedo, muerte, destrucción, desolación y miseria.

Es entendible, más no justificable, que existan todavía fuerzas armadas en muchos países del mundo ya que parte de la distribución geopolítica actual es consecuencia de guerras pasadas. Pero ya es tiempo de ver ese poderío militar transformado en una única fuerza humanitaria que vele por la igualdad y la paz, que haga respetar las diferencias culturales de las naciones y que promueva la hermandad entre los hombres. Es el momento de que reconozcamos a las naciones por la calidad de su gente y no por su grado de poderío militar. Si tan sólo viéramos que el mundo sería mejor si no existieran armamentos que pongan en peligro la vida en el planeta. Es hora de que todos los seres humanos vivamos en armonía y dejemos a un lado nuestro afán de poder. Quizá todos estos pensamientos sean demasiado idealistas producto de un mundo utópico, pero no imposible, ya que la codicia y la avaricia no son precisamente atributos que resalten en el ser humano. Estoy seguro que no soy el único con esta forma de pensar, y sólo espero tener la dicha de ver a una humanidad donde las fronteras que separan los países no sean el límite de la convivencia entre los pueblos, sin armas, sin guerras; y que la Patria sea la tierra que pise, puesto que no sólo somos hijos del país que nos vio nacer, sino que además formamos parte del planeta y por ende ciudadanos del mundo.

Escrito por: Rafael Baralt