viernes, 26 de octubre de 2012

Laicismo: sociedad utópica

La palabra laicismo viene del griego λαϊκός cuya raíz significa pueblo. Esta postura ideológica defiende el derecho del individuo de poder elegir sus creencias sin condicionamientos externos, exige una educación académica libre de religión y se opone al trato privilegiado que el Estado da a la iglesia, cualquiera que ésta sea. Siendo un movimiento netamente racional, el laicismo se remonta a la Grecia Clásica, aunque el concepto de Estado Laico se afirma en Francia y luego en el resto del mundo a finales del siglo XIX, con la Revolución Francesa. Cabe aclarar que, dentro de la iglesia católica, el término laico o seglar se utiliza para designar al creyente que no tiene órdenes clericales ni viste hábito (del documento eclesial Christifideles Laici, 31: “Dentro de la Iglesia emerge con fuerza la vocación de los laicos, llamados por Dios para contribuir desde dentro, a modo de fermento, a la santificación del mundo). Paradójicamente, los laicos que se ubican fuera de la iglesia y contra ésta, también buscan mejorar el mundo, aunque su meta no sea santificarlo sino hacerlo más libre y consciente.

En la actualidad y en varios países, muchas organizaciones civiles apoyan el laicismo como propuesta de separación entre el Estado y la Iglesia, buscando establecer las condiciones sociales, jurídicas y políticas ideales para que se desarrolle la libertad de pensamiento y el derecho individual a escoger la opción de vida y de creencia que se prefiera, en tanto no dañe a otras personas; cada vez más gente se opone a toda interferencia religiosa que implique monopolio ideológico, manipulación, engaño o fanatismo. Otros simpatizan con el laicismo porque rechaza cualquier imposición basada en la biblia o en una supuesta revelación divina, al no aceptar argumentos que no puedan demostrarse científicamente. Ante la locura de creer sin pruebas, sea a un líder o a un libro sagrado, me uno al  laicismo cuando dice que la duda y la experimentación ofrecen una alternativa más cuerda que la fe ciega, porque honran al intelecto al permitirse usar la racionalidad, atributo que nos distingue de los demás animales.

Es evidente que tanto la fe como la razón responden a necesidades básicas del ser humano, y por eso éste, ante lo divino, puede mostrarse creyente, científico, ateo, agnóstico, dudoso o indiferente. Ambas, fe y razón, valoran la utilidad de algunos preceptos que fueron impuestos como conceptos lógicos de supervivencia o de convivencia, como honrar a los padres o no matar ni robar. Pero difieren en cuanto a aceptar ciertas pautas creadas en su época para dar poder a sectores concretos dentro de la sociedad, como es el caso de las religiones organizadas, que hasta el día de hoy no pagan impuestos, obtienen concesiones gratis de sedes o terrenos, viven de hacer exitosas inversiones con el diezmo y las donaciones que perciben, recomiendan solidaridad ante desastres naturales sin enviar ni un dólar para ayudar a las víctimas, y cobran por los servicios que prestan a sus adeptos y beneficiados, sea prender una vela en la iglesia por la salud de un vivo, o encargarle misas de difuntos por la salud de su alma.

Lo que obstaculiza la propagación del laicismo y el derrumbe de las religiones es simple: para poder existir, toda sociedad necesita de factores que unan a la gente, y por eso apoya la fe religiosa, experta en formar y mantener congregaciones. Por ese mismo motivo (crear grandes grupos e intereses sobre los cuales sostenerse), la sociedad desarrolla la industria que maneja a las masas a través de la tecnología, la cultura, el placer, el divertimento o la moda, propicia las guerras, exalta el patriotismo o favorece el seguimiento de una figura artística, deportiva o política. ¿Acaso en Venezuela no tenemos ya un culto formal, donde un líder político es adorado por sus seguidores como si fuese el Gran Sacerdote o el Salvador de la Patria?

Así como los líderes de la sociedad y de la religión se defienden y apoyan mutuamente, para seguir prosperando a costa de la misma gente que usan, yo también defiendo mi punto de vista, que es el siguiente: todo aquello que genere superstición, creencia ciega, fanatismo, manipulación, injusticia, discriminación, violencia, o que obstaculice la evolución y el bienestar individual y colectivo, es condenable y merece desaparecer, no importa que venga de una voluntad divina o humana. Entiendo por qué el laicismo se opone a que ciertas creencias sean difundidas en escuelas y universidades, o apoyadas por leyes civiles y presiones sociales: nadie puede negar el conflicto que sufre un niño al que sus padres o educadores enseñan que Dios creó al Mundo y al Hombre en siete días, y que simultáneamente oye sobre investigaciones científicas para descubrir el origen del Universo, o se entera de fósiles y restos de civilizaciones que prueban la evolución humana y animal. También entiendo el problema del creyente que aprendió que hay un Dios bueno y todopoderoso, mientras vive su día a día en un mundo donde el mal abunda, sin que la divinidad haga nada. Mucho sufrimiento viene del hombre mismo y no de la Naturaleza, es verdad, pero ¿acaso el Creador no es responsable por lo que su obra termine siendo o haciendo?  En muchos casos, el silencio de esa divinidad ausente, invisible, indiferente o inexistente, lleva al creyente a dejar de creer; y las religiones que la adoran también son, debido a sus incongruencias humanas, grandes fábricas de ateos o abundan en seguidores y representantes no practicantes de la doctrina que dicen seguir.

Más allá del campo religioso, yo veo al laicismo, y al agnosticismo que practico, como opciones que defienden el derecho de cada persona para escoger, sin presiones externas, lo que se ajusta mejor a su bienestar interno y a su funcionalidad social. La Iglesia tiene su propio espacio y el Estado el suyo, pero ninguno de esos espacios debe ser más importante que el destinado a la libertad de pensamiento y de decisión del individuo, a la hora de elegir el camino que le permita relacionarse o no consigo mismo, con la divinidad, con el más allá o con el otro. Por eso apoyo la emancipación de la sociedad respecto a toda formación religiosa obligatoria, sobre todo cuando la persona es débil, ignorante o demasiado joven, incapaz de escoger y decidir por sí misma. Y también respeto el derecho del creyente o del religioso a serlo, en tanto no imponga sus creencias a los demás.

El comportamiento religioso se da por las mismas razones que un desfile militar o un evento cultural o político: porque alimenta el sentido de identificación y de pertenencia de sus adeptos, lo cual conviene a la sociedad para mantener unidos a sus integrantes. La religión es un instrumento útil a la hora de gestar sociedad, creando una conducta colectiva apoyada sobre una fe común, porque siempre pasa por lo social antes de trascender a lo espiritual. Como dice Castoriadis (1983): “no podemos, pese a los obstinados intentos de la razón moderna, desembarazarnos del mito y de la religión. Estamos inmersos en ellos, porque, en ambos casos, fundan comunidad, siendo las significaciones centrales de toda sociedad”. Pero, si bien la religión sostiene el modelo social que conocemos, también podemos pensar en un modelo distinto y más funcional de sociedad, creado desde la óptica laicista. Un modelo sin las creencias tradicionales basadas en la manipulación del miedo, el egoísmo, la culpa, la ignorancia, la estupidez y la flojera mental, causantes de tanto daño individual y colectivo.

Cada vez se polariza más el mundo, según la gente toma partido por el amor o el no-amor. Cada quien es el protagonista de su vida, y puede elegir dejar una huella positiva a su paso, o malgastar su existencia contribuyendo a que crezca el miedo sobre las generaciones futuras. En cualquiera de los dos casos, encuentro cierta lógica en suponer que la energía vital de cada persona no acaba con su muerte física, ya que ninguna energía se destruye, y que tendrá que acarrear con las consecuencias de su elección actual de vida, sea volviendo a nacer en este planeta (si la reencarnación existe, cosa que no puedo asegurar), o sea en otro nivel de existencia (algo que sí intuyo como posible y hasta necesario, por razones de aprendizaje, de justicia y de evolución). Que cada quien elija en qué creer, en relación a su vida pasada, presente y futura. Lo que sí está fuera de discusión es que nuestro mundo ha llegado a un punto de crisis histórica que afecta a todas las naciones, creencias y sistemas. Y que en medio de tanta oscuridad, debida en parte a la manipulación religiosa, hay algo que está claro: si la humanidad ha de tener un futuro, no será repitiendo el pasado o el presente. Y las creencias tradicionales tienen, como cualquier otro producto hecho por el hombre, fecha de caducidad.
Escrito por: Gustavo Löbig

viernes, 5 de octubre de 2012

De dioses y otros seres alienígenas


¿Estamos solos en el universo? Ésta es la pregunta que muchos de nosotros nos hemos hecho alguna vez. En nuestro interior se siente una extraña sensación de miedo, disfrazada de morbosa fascinación, al imaginar que pueda existir vida inteligente fuera de nuestra esfera terrestre. ¿Cómo serían esos seres?, ¿qué aspecto tendrían?; y sobre todo, ¿cómo sería su reacción al descubrirnos a nosotros? Ante estas interrogantes se abre una gama de posibilidades donde la ciencia y la religión han fijado posición, mientras que los puntos discordantes de estos extremos caen frecuentemente en el campo de la superstición. ¿Qué pasaría con la figura de dios si se descubre vida inteligente en otros planetas?, ¿sería “nuestro” dios el mismo creador de esas criaturas interestelares? En todo caso, vale la pena repasar brevemente lo que mantienen ambas posiciones sobre este tema tantas veces debatido por filósofos, teístas y no creyentes.
 
La comunidad científica mantiene una postura reservada sobre el tema, ya que aún no se cuenta con evidencia conclusiva sobre vida en otros planetas. Hasta ahora lo único que se tiene es una pequeña muestra de la superficie de Marte con lo que parecen ser microorganismos fosilizados. Algunos astrónomos e investigadores sostienen que la vida extraterrestre es factible debido a que nuestra galaxia es apenas una entre billones en el universo; y si todo proviene de un mismo evento (el Big Bang), entonces existe la probabilidad de que otras formas de vida a años luz de la nuestra se hayan podido desarrollar bajo distintas condiciones cósmicas. El proyecto SETI (Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre), que en un inicio fue patrocinado por la NASA, tiene como misión el rastreo de los cielos con el fin de encontrar vida extraterrestre inteligente; hasta ahora sin resultados positivos. 
 
Por otra parte, las religiones más importantes muestran serias contradicciones respecto al tema. Por ejemplo, la musulmana contempla en uno de los pasajes del Corán: “Y entre sus señales está la creación de los cielos y la Tierra y las criaturas vivas que Él ha esparcido a través de ellos”; con esto se “defiende” ante una eventual aparición de vida inteligente extraterrestre, pero no dice cómo deberían actuar sus seguidores si la Tierra fuese objeto de colonización o ataques por parte de esos entes creados por el mismo dios, ¿con qué intención Alá esparciría la vida en el cosmos para luego ver como se destruyen entre ellos? Igual pasaría con los judíos, ¿aceptarían a un mesías con una morfología de reptil aunque porte Kipá? Los hindúes y budistas parecieran tener una posición algo más flexible debido a sus particulares preceptos sobre dios y el cosmos; sin embargo, sería interesante conocer su nivel de apertura si recibiéramos la visita de un alien con aspecto similar al de una iguana caminando en dos patas, descendiendo de una nave interestelar y proclamando ser el representante de dios en el universo. Los cristianos la tienen algo difícil, ya que ellos sostienen que Jesús fue el único hijo de dios, hecho a su imagen y semejanza, lo cual le confiere a la humanidad una condición de predilección frente a cualquier otro ser viviente y con inteligencia en el universo; ante esa aseveración considero que el cristianismo quedaría muy mal parado si descubriéramos seres con inteligencia superior a la nuestra, ¿qué sentido tendría que dios escogiera a la raza humana como favorita desdeñando a otras más avanzadas en todos los sentidos? Por su parte, los católicos argumentan que en los documentos del Concilio Vaticano II (Lumen Gentium), la iglesia abrió una muy pequeña posibilidad: que cuando se habla de la salvación en Jesucristo, no se remite únicamente a la vida en la Tierra, sino a la posibilidad de vida en cualquier parte del universo, lo cual indica que la iglesia “nunca ha descartado que sea posible la vida (humanoide) en el resto del universo”; en otras palabras, según el catolicismo no existe contradicción puesto que dios creó el universo entero. Ésta es la posición oficial de la iglesia, pero obviamente también se cae por sí sola si aparecieran seres no humanoides con inteligencia superior (por cierto que aquí se aprecia una cierta arrogancia al intentar colocar al hombre como el centro del universo y hecho a semejanza de un único creador). Para los católicos también cabría el siguiente planteamiento: sabiendo que ese dios envió a su mesías hace 2000 años a la Tierra y suponiendo que existiese vida inteligente en algún lugar del espacio sideral, ¿habría hecho lo mismo en otros planetas?, es decir, ¿enviaría al mismo u otros mesías a esos recónditos lugares del universo?, ¿dónde quedaría nuestra exclusividad como raza humana privilegiada en la Tierra?, ¿quiere decir entonces que la figura de dios es necesariamente humanoide?
 
Más allá de estos hipotéticos escenarios sobre acontecimientos que quizá nunca sucedan se encuentran los eventos que ciertamente encajan dentro de la índole especulativa y supersticiosa. Así pues, están los cientos de avistamientos de objetos voladores no identificados surcando los cielos terrestres; inclusive se especula que ya hemos sido visitados por criaturas con tecnología de avanzada para la época capaz de mover grandes rocas por el desierto egipcio para construir las pirámides; o pinturas rupestres con lo que parecen ser extrañas naves sobre el cielo paleolítico; o las famosas líneas de Nazca en Perú que sólo pueden ser apreciadas desde el aire como si con ellas se quisiera transmitir algún tipo de mensaje a visitantes de otros mundos; el sonado caso Roswell que se presume cuenta con evidencias de restos de un OVNI con todo y tripulantes. Algunos hasta aseguran haber sido víctimas de abducciones a naves espaciales donde se les han realizado experimentos e implantado chips; imposible dejar de nombrar a los reptilianos (reptiles humanoides) que supuestamente se originaron como la evolución de una raza inteligente en nuestro planeta simultáneamente con la humanidad pero de origen extraterrestre y que actualmente conviven con nosotros. Obviamente, ninguna de estas especulaciones ha podido ser demostrada científicamente, por lo que no constituyen evidencias probatorias de vida extraterrestre.
 
Lo que sí se puede concluir es que la posible aparición de seres inteligentes no humanos provenientes del inmenso espectro astral sería algo realmente aniquilador para las religiones. Absolutamente todas tendrían que reacomodar, como lo han hecho en el pasado, sus pasajes bíblicos forzando los mismos para darles nuevas interpretaciones que contemplen tales eventos: “en verdad dios quiso decir que (…)”. Una vez más la Biblia y demás libros sagrados quedarían relegados al lugar que les corresponde dentro del mundo de la fantasía creada por el hombre de la antigüedad. Pero imaginemos por un momento que realmente existe un único creador del universo, un dios superpoderoso que esparció la semilla de la vida en varios planetas; supongamos además que al igual que lo hizo en la Tierra transmitió su “palabra” a esos seres extraterrestres de la misma manera. A su vez, conociendo que la evolución de las especies depende de las condiciones del medio ambiente, entonces en algún planeta del vasto universo, quizá a millones de años luz, se repetiría la historia de un tal ‘Adán’ alienígena de piel escamosa color verde brillante, con tres grandes ojos y largos tentáculos como brazos; en un ‘Edén’ con dos imponentes lunas y lagos de mercurio líquido que proyectan su reflejo en frondosos árboles con hojas semejantes a paneles solares; donde habita una ‘serpiente’ con seis patas ponzoñosas que habla un extraño dialecto extraterrestre y tienta con una resplandeciente ‘manzana’ que como kriptonita seduce a una tal ‘Eva’ alienígena -quien salió de la costilla del verde Adán- que luce una larga cabellera de gruesas hebras metalizadas y sensuales pestañas en su tercer ojo del mismo material ferroso; ésta sucumbe ante la tentación de la fruta fosforescente propinando un placentero mordisco con sus filosos colmillos de plutonio esparciendo con su atrevimiento el ‘pecado original’ en todo aquel entorno cósmico.
 
Finalmente, si para el catolicismo somos “imagen y semejanza de dios”, lo cual le concede un aspecto humanoide a ese creador, ¿será entonces que existen muchos dioses con distintos aspectos comandando los destinos en otras galaxias?, ¿será que sólo hay un dios pero muy distinto al que nos han pintado las religiones?, ¿será que no existe ningún dios y que toda forma de vida en el universo es producto de un azaroso accidente químico-cósmico? Al fin y al cabo tanto dios como alienígenas inteligentes seguirán siendo un gran misterio hasta que existan pruebas contundentes de su existencia, y esa incuestionable verdad sólo aumenta mi evidente agnosticismo.
 
Escrito por: Rafael Baralt