Ay
Santo Padre, Santo Padre, ¡cuántas metidas de pata llevamos hasta ahora! Las
mías, como las suyas, vienen por hablar de más, pero al menos tengo la excusa
de no ser infalible ni tampoco un teólogo eminente, como usted. Tampoco he
presidido, como en su caso,
Querido Ratzinger, mientras usted salta salpicando de un pantano a
otro, la iglesia está en peligro: el poder del elitesco Opus Dei tan favorecido
por Wojtyla sigue siendo enorme; usted desprecia las corrientes populares como la Teología de la Liberación , que frenó
hace 25 años, pero éstas siguen creciendo junto con distintas sectas
interesadas en lucrarse a costa de la ignorancia del pueblo. Hasta hay algunas que
comercian con santos y otras con el diablo. Esos y otros hechos le están
quitando muchos creyentes al catolicismo. ¿Ve que aunque no me quieran para
Papa sí me importa la iglesia, y la defiendo, poniéndolo al corriente del
peligro que representan quienes prometen hacer que uno pare de sufrir? Y lo
hago porque Su Santidad me ha aclarado algo que no entendía: cuando usted
condena a los homosexuales por ser una gente que perversamente se ha hecho a sí
misma contra la Voluntad
de Dios, enseña algo que yo creía imposible y que me lleva a admirar el poder
gay. También ha dicho que el escándalo de los curas pederastas es un pecado del
que la iglesia debe arrepentirse. Usted tapó muchos de esos casos por proteger
a su organización, lo cual es muy humano viniendo del representante divino, pero
reconocer el error es de sabios. Lamentablemente, cuando dice que “la destrucción psicológica de los niños (abusados)
es un signo aterrador de los tiempos” vuelve a sacudirse la responsabilidad
que ha tenido la iglesia en la construcción de esos mismos tiempos. Es obvio
que, aunque la iglesia católica condene el divorcio, hay uno clarísimo entre
ella y su forma de entender al mundo actual. Todos estos errores y otros que no menciono se asocian con un vivir fuera
de la realidad, como le pasa a los locos, y la verdad es que con todo esto me
siento dentro de un mundo gobernado por locos.
También
Su infalible Santidad dijo públicamente en su viaje a África que el uso del
preservativo "no es la mejor manera
para combatir el SIDA, ya que es necesaria una humanización de la sexualidad" porque esa pandemia "no se combate sólo con dinero, ni con la
distribución de preservativos,
que, al contrario, aumentan el problema".
La verdad, yo siempre uso condón, prefiero la excomunión a una infección de
transmisión sexual. Al menos sé lo que una ITS supondría para mi cuerpo
presente, pero no me consta nada acerca del posible infierno futuro. Usted ha
sido categórico al afirmar que “el
infierno existe y es eterno, y además no está vacío”. Lo cual anula toda posibilidad de un dios de amor y
misericordia aunque, si me equivoqué al ser agnóstico y por eso me condeno, su
palabra asegura que tendré compañía divertida para siempre. Pero ese punto de
vista es comprensible viniendo de alguien que pasó fugazmente en su
adolescencia por las Juventudes Hitlerianas. Y hablando de Alemania, en
Volviendo
a esos errores humanos, son comprensibles viniendo de alguien con su historia.
Pero lo que sí me hiere profundamente y me cuesta perdonar es que en su
reciente libro sobre La
Infancia de Jesús, Su Santidad quite del
pesebre a la mula y al buey, afirmando que esos pobres animales nunca
estuvieron presentes en el nacimiento del niño más famoso del mundo. No me
basta con que diga allí que la estrella de Belén fue una supernova, yo no tengo
una ni soy astrónomo, pero sí tuve que regalarle hace poco a mi madre un
nacimiento con mula y buey que me costó unos buenos reales. Para más pecado,
incluye un pastor alemán y un elefante entre tanta oveja y camello. A pesar de
que soy agnóstico, mi madre es mi madre y aunque sea católica, la amo. Ella me
explicó que montar el pesebre es una tradición social que ha trascendido más
allá de la religión, desde que Francisco de Asís inventó el primero por el año
1223. También me dijo que ese gran hombre defendió a los animales, viéndolos
como los hermanitos menores de una humanidad supuestamente racional. Si la
iglesia decidió hacer santo a Francisco, que respete sus aportes y entonces
hacemos un trato: como artista que soy y niño que fui, me gusta la tradicional
iconografía del belén montado con su mula y su buey. Si los deja tranquilos,
puede quitar el ángel, ¿trato hecho? Piense que Lucas y Mateo sólo pudieron oír
la historia del pesebre de labios de María, la única que también pudo contar lo
que ese mismo ángel le dijo acerca de su Anunciación. ¿Por qué la virgen diría
la verdad sobre ésta y mentiría acerca de los animales que estaban en el lugar
donde parió sin perder la virginidad? Usted no estuvo ahí, ella sí. Así que no
asegure con tanta firmeza que “en el
portal no había esos animales”. Me solidarizo con ellos, como otro
Francisco. Y si en vez de agnóstico yo fuese ateo e hiciera un nacimiento,
claro que los pondría dentro de éste. Sólo a la mula y al buey, claro, a nadie
más. Pero siendo agnóstico, puedo colocar a quien quiera, hasta al perro
alemán. O a un Niño Jesús negrito. O incluso metería la paloma. ¿Por qué no? Es
mi pesebre.
Por
otra parte, ¿qué hacemos con la diversidad étnica de los Tres Reyes Magos, con
sus turbantes orientales y túnicas bordadas en oro? También pagué por ellos
cuando compré el belén para mi madre. Usted en su visita a Barcelona denunció “un secularismo fuerte y agresivo como el de
los años




















