lunes, 31 de octubre de 2011

El Miedo a la Muerte

Como todo miedo, el miedo a la muerte es una emoción aprendida, un tabú para la sociedad consumista que se lucra con el comercio basado en la enfermedad, los funerales, la evitación de la vejez y del deterioro y la adoración de la belleza física. Un tabú que se apoya también en el misterio con el que la religión -en provecho propio- rodea a la muerte y sus consecuencias, manipulando desde la fe, la obediencia ciega y el miedo al castigo. Obviamente, estos esfuerzos del hombre por escapar de la muerte, fracasan a la larga. Todo en esta vida está sujeto a la Ley del Cambio, excepto el hecho de que cada vida termina a su tiempo, sea la de una amiba, un insecto, un humano, una montaña o una galaxia. Bien lo dice el cuento oriental: “Y el hombre, al ver caminar a la Muerte hacia su casa, corrió y corrió hasta esconderse en una lejana cueva. Y al llegar allí la Muerte le dijo: me sorprendió verte hace unas horas en tu casa, cuando estaba escrito que tenía que encontrarte en esta cueva”.

En mi niñez asistí como monaguillo a numerosos sepelios y eso me familiarizó desde temprano con el hecho de morir y con las diferentes maneras de asumir el duelo. En mi familia jamás se disfrazó la muerte con eufemismos o con explicaciones irracionales, y como veía los comics infantiles donde los personajes morían y luego volvían a actuar, crecí aceptando el hecho de morir como algo natural, mientras pasaba por la vivencia de la muerte del pollito, del perrito o del abuelo. Más adelante capté que el miedo a la muerte realmente es miedo al cambio, a la pérdida de lo conocido, con sus añadidos de culpa, arrepentimiento tardío, resentimiento, ira, rebeldía, impotencia, etc. Con el tiempo me alejé definitivamente de las explicaciones y esperanzas imposibles de probar que ofrecen las religiones, pues capté que provienen de la necesidad del ser humano de controlar, conocer y explicar, con o sin base cierta, todo lo que le rodea o afecta. En su momento estudié la obra de Kübler-Ross y otras autoridades en el tema de la muerte, y en esa etapa, durante mi trabajo voluntario en hospitales, comprobé que los niños con enfermedades terminales no sentían miedo a morir, hasta que éste se les contagiaba desde el miedo o la pena de sus padres y otros adultos. Y como todo aprendizaje fallido puede desaprenderse, me liberé de los últimos restos de mi personal aversión a la muerte, situándola en un nicho adecuado como parte del proceso de la vida.
En mi caso, no veo posible una vida plena sin tener conciencia y aceptación de la muerte. Generalmente cuando un adulto inteligente recibe un diagnóstico terminal, tras superar la negación, la rebeldía y la rabia, se replantea sus prioridades, dentro de sus posibilidades hace cambios importantes en su cotidianidad, y actúa de manera diferente y más efectiva ante la amenaza del tiempo que se acaba, todo lo cual indica que su vida antes del diagnóstico no era una vida plena, auténtica, vivida realmente en provecho propio y de los demás. En lo personal soy realista: jamás he idealizado el hecho de vivir en este mundo como la mejor de las posibilidades que pueden darse en este Universo casi infinito, y estoy lejos de apoyar la idea de que “la vida es perfectamente bella”, o no habría tanta oferta de recursos reales o imaginarios para ser feliz, funcional o sano. Lo que sí hago a diario es considerar el hecho de vivir como un aprendizaje variado e interesante, donde coexisten en frágil equilibrio disfrute y sufrimiento. Y sí acepto que la disparidad de cargas existenciales en la población del mundo justifique que el hombre, desde que desarrolló su parte racional, se consuele con teorías o creencias acerca de una vida más allá de la muerte física, para poder manejar conceptos como justicia, equilibrio, esperanza, premio o castigo.
Creo también que cada uno de nosotros es más que su cuerpo físico, porque entre otras dimensiones nos definen la mente, las emociones y lo espiritual o trascendente, aunque la muerte que más se lamenta parece ser la del cuerpo físico. Sé que todo es energía y, por tanto, que nada realmente perece, sino que se transforma o recicla, en una continua evolución. Sé que el cuerpo físico varía constantemente, sufriendo muertes parciales conforme las células de sus órganos son reemplazadas por otras, y que, a pesar de que el niño que fui ya no existe, sigo siendo yo, y lo seguiré siendo como cadáver, cenizas o recuerdo. Sé por ende que dentro de mí hay algo que no está sujeto a la ley del cambio, una especie de buscador interno que se observa a si mismo mientras busca, comprende, aprende y expande sus límites, algo que he decidido bautizar como “conciencia” y que intuyo que sobrevivirá a mis cuerpos físico, mental y emocional.
Sé que mi vida no está contenida en el breve guión que separará las fechas de mi nacimiento y de mi deceso, en la lápida funeraria. Sé que el sentido de la breve, densa y sufrida existencia humana, empuja a elucubrar acerca de un estado de vida real antes y después de su paso por el planeta. Sé que lo que temo no es a la muerte, sino a la posibilidad de llegar a ella inválido, sin lucidez o tras una larga agonía, y que por ello apoyo la eutanasia. Temo también morir arrepentido por las cosas que no me atreví a ser o hacer, y por eso procuro vivir lo mejor posible mi relación diaria conmigo mismo y con los demás, para ahorrarme arrepentimientos inútiles y tardíos cuando llegue el fin. Ni loco quisiera vivir eternamente en este mundo, sujeto a la Ley de la Entropía y dentro del aprendizaje lento y cruel de mi especie, que repite los mismos errores siglo tras siglo, porque la brevedad de la vida humana no da tiempo a asimilar cabalmente el aprendizaje desde el ensayo y el error. Y me gustaría saber que opinas tú, ragunian@, sobre el hecho indiscutible de la muerte, para enriquecer mis puntos de vista sobre el tema.
Escrito por: Gustavo Lobig

La Eutanasia como una Decisión de Vida

Este es un tema que para muchas personas puede ser doloroso, vetado o inclusive pecaminoso. ¿Cómo alguien se puede atrever a cambiar los designios de Dios? Es aquí donde comienza a no tener sentido para mí, puesto que análogamente, al tratar de extender la vida con medicamentos, intervenciones quirúrgicas y conectados a máquinas artificiales se estaría violando ese mismo principio “divino”; y si así fuera, entonces todas las personas que decidan ser tratadas por una enfermedad mortal y logren combatirla estarían destinados a “arder en el infierno”, y sus médicos serían sus implacables verdugos. ¿Qué absurdo, no?.

Para comprender mejor esto es importante recordar que existen dos tipos de eutanasia, la que es decidida por el mismo individuo (el afectado) en plena facultad mental de sus actos; y la que es decidida por otra persona, cuando el individuo no puede tomar esa decisión. Cualquiera de las dos tiene el mismo propósito que es ponerle fin a una vida, sea cual sea la causa que origine tal elección.  En este último tipo de eutanasia, la ética tiene un protagonismo importante debido a los principios de la medicina cuya misión es curar y prolongar a toda costa la vida, así como las creencias religiosas que se imponen por sobre lo que debería ser “ético”.  Sin embargo, quiero hacer especial mención en el caso de la eutanasia que es decidida por el mismo individuo, ya que esta lleva consigo una gran carga de valentía. El decidir ponerle fin a la vida, en pleno conocimiento de sus actos, a mi juicio, no puede ser más que admirable.

Pongamos el ejemplo de una persona que haya sido diagnosticada con una enfermedad terminal que en su etapa final producirá un gran sufrimiento, ¿Por qué esta sociedad debe permitir que esa persona pase por todo ese dolor?; es más, todo está diseñado para prolongárselo, ¿Por qué? Por más que existan medicinas que puedan aliviar el dolor nadie debería intervenir en la decisión de la persona de tener que sufrir o evadirlo. Si es decisión del individuo evitar el sufrimiento pues nadie ni nada debería reprimir su voluntad.

Veo con mucha preocupación como casi todos los países del mundo tienen leyes que prohíben la eutanasia como medio para ponerle fin a la existencia del cuerpo físico, colocándoles de esta forma todo tipo de trabas a las personas que por cualquier causa deciden morir. Mas allá de analizar cada caso o situación personal, si una persona elige morir no le quedaría otra salida que buscar una alternativa como el suicidio o resignarse a sufrir espantosamente hasta morir, si fuese el caso de una enfermedad incurable.

He leído infinidad de escritos sobre este tema, y me he encontrado con que la mayoría de la gente que se opone a esta práctica lo hace movida por creencias religiosas, y con esto vuelvo al principio de este artículo y el motivo de mi reflexión. Me cuesta concebir que un grupo de personas decida lo que esté bien o lo que está mal en las elecciones que otras personas hagan sobre su propia vida, y menos aún si esas elecciones no perjudican ni dañan a nadie. Lo más alarmante es que aquellos que se oponen lo hacen por el mismo miedo a quebrantar sus propias leyes “divinas”, pretendiendo aplicar restricciones a quienes piensen distinto.

Mi opinión muy personal es que si una persona decide morir de una manera honorable, cuando aún tiene calidad de vida, sea cual sea la razón que conlleve a tal elección, y cuando la ciencia médica se declare incompetente, debería tener a su disposición instituciones u organizaciones avaladas por las leyes de cada país que brinden ese servicio de la misma manera honorable y respetable como lo es la decisión en sí. Decidir el uso de la eutanasia de manera consciente como último recurso es una elección que se toma en vida y debería ser respetada y hasta apoyada si lo vemos de una manera objetiva. Por ello, invito a que la gente abra su mente y vea este tema como algo que no tiene que verse influenciado por fanatismos absurdos ni por religiones impuestas, si nos atrevemos a verlo bajo una perspectiva amplia y diferente podemos encontrar un recurso que hasta podría ser utilizado por nosotros mismos si fuese necesario.

Entiendo que este es un tema muy complejo, amplio y que da a lugar a una infinita controversia. No obstante sentí la necesidad de exponer mi punto de vista. En una siguiente entrega escribiré mi opinión sobre la eutanasia que no es decidida por el individuo afectado. Por el momento querid@ amig@ ragunian@ me encantaría conocer que piensas sobre tan delicado tema. Tu opinión será más que bienvenida!

Escrito por: Rafael Baralt